“Que se joda Paul Pierce, que se joda Paul Pierce” repetía una y otra vez William Rangland el 7 de Septiembre del año 2000 en el Buzz Club de Boston. Lo que expresaba no era solo un deseo, sino justo lo que estaba pasando: Paul Pierce se estaba jodiendo, y lo estaba haciendo a base de bien. Se encontraba tirado en el suelo tras haber recibido una paliza y la friolera de 11 puñaladas. En la espalda, en el cuello, en la cara.. casi nada.
¿Quién es Paul Pierce?
Esto se preguntaran todos aquellos que tengan un estilo de vida lo suficientemente saludable como para dormir a esas horas de la madrugada en las que solo quedan despiertas las personas de mal vivir y los aficionados a la NBA – sin olvidarnos de aquellos para que ambas descripciones son válidas.
Bien, Paul Anthony Pierce es un ex-jugador de la NBA que a lo largo de su vida se sobrepuso a cuanta adversidad le tocó vivir, que no fueron pocas, para convertirse en el segundo máximo anotador de los Boston Celtics, ganar un anillo de campeón en 2008 -siendo nombrado MVP de las finales, meter 24.592 puntos, coger 6856 rebotes, dar 4.431 asistencias y ser querido por una ciudad y una afición hasta el punto de que el día en que regresó a esta, tras ser traspasado a los Brooklyn Nets, el pabellón casi se cae de la ovación. Sin olvidarnos de que es el único jugador del mundo que puede presumir de haber metido una canasta en el TD Garden vistiendo otra camiseta y ser esta coreada y ovacionada.
Dicen que no hay mejor manera de conocer a un hombre que verle cómo se ha enfrentado a la adversidad y, como dijimos antes, Paul Pierce tuvo que superar muchas en esta vida. La primera de ellas: nacer en Inglewood, California. Esto no es algo malo en sí mismo (ruego me disculpen los “Inglewoodienses” ) pero es que nacer aquí prácticamente te condena a ser seguidor de Los Angeles Lakers, y eso sí que es una desgracia. No solo era fan sino que “crecí viviendo esa rivalidad” y, como acaba siendo lógico con las rivalidades deportivas, “cuando era pequeña odiaba a los Celtics”. No me digan que no es un modo horrible de crecer: naces en el país con la mejor liga de baloncesto del mundo y te crías apoyando al equipo equivocado, estremecedor.
A todo esto hay que sumar que la ya citada Inglewood no era precisamente un remanso de paz y tranquilidad, no. Nada más lejos de la realidad. El pequeño Paul se crió en un suburbio en el que “era complicado vivir” y “veías morir a alguien prácticamente cada noche”. En casa las cosas tampoco iban mucho mejor: su padre, como casi siempre en estas historias, desaparecido; por lo que le tuvo que criar su madre junto a sus dos hermanos. Y sus hermanos, a la postre buenos deportistas, tampoco eran la mejor de las compañías y le propinaban palizas con la regularidad y contundencia de un tren alemán. En resumen, tenemos a un joven criándose en un suburbio, un hogar desestructurado, unos hermanos bastante cabrones y con el baloncesto como única afición; menos mal que no era solo una afición, menos mal que era una obsesión por la que cada día recorría grandes distancias para volver a casa por esas calles y, sobre todo, menos mal que se le daba como los ángeles aquel deporte.
Porque gracias a ello le conoció Scott Collins, un entrenador de equipos de baloncesto de base de la zona, policía y filántropo local que siempre se preocupó por el joven Paul. Gracias a él, el joven Pierce pudo seguir jugando al baloncesto durante los cuatro años de instituto (High School) en su localidad. Y no lo hizo mal, nada mal. De hecho, lo hizo tan bien que no solo era la estrella de su equipo sino que fue elegido para participar en un concurso de mates en el año 1995 junto a un tal Vince Carter, para muchos el mejor matador de la historia. También participó en el “1995 McDonals All America” en el que, aparte de Vince Carter y él, había otros jugadores de esos de los que te suena el nombre aunque toda tu conexión con el mundo del deporte sean los telediarios y periódicos de esta vetusta piel de toro, a saber: Kevin Garnett, Chauncey Billups, Antawn Jamison…
Para llegar ala NBA solo le quedaba superar un peldaño más: ir a la Universidad, hacerlo bien (graduarse es algo secundario y que se da por hecho ¿no?) y esperar a ser drafteado. Paul Pierce cogió las maletas y emprendió camino a la Universidad de Kansas donde, como aconsejan todos los padres que quieren a sus hijos y no sueñan con un hijo abogado o médico, estudió algo que le gustara o sobre lo que ya tuviese una buena base previa. De este modo cursó estudios acerca de “Crimen y Delincuencia”. Consiguiendo estadísticas de 16.4 puntos y 6.3 rebotes con los “Jayhawks” fue elegido en el Mejor Quinteto All America y, por dos veces, el MVP de la Big 12 Conference.
Pick 10, Boston Celtics, el destino es el mejor guionista de la historia.
Sí, ahora nuestro protagonista, Paul Pierce, el joven crecido en Inglewood, forjado en los suburbios, superviviente a las palizas de sus hermanos, llega la NBA. Y lo hace al equipo que lleva odiando desde pequeño…”Bueno, al menos es uno de los mejores – el mejor – equipos de la Historia de la liga ¿no?, es de esperar que al menos logre adaptarse y se hinche a ganar anillos”. Pues no, no solo llega al último equipo que desearía sino que este se encuentra en franca decadencia y en una reconstrucción continua desde los años de gloria y rivalidad que recuerda haber visto. Casi una década hace de eso.
Lo de adaptarse lo logra de manera bastante rápida, pese a que, según la leyenda“¿Está retirado en número 34?” fue lo que respondió Pierce cuando le preguntaron con qué número quería jugar. Una vez aclarado que sí, que podía elegir libremente el número con el que llevaba jugando desde el instituto “En mi segundo año en el instituto ese era el número más alto y era la única camiseta que realmente me quedaba ajustada a mi talla”, se puso la camiseta que no se quitaría en los próximos 15 años.
El resto, como dirían, es historia. Recae en unos Celtics con una plantilla falta de talento en la que él fue la gran esperanza primero y su jugador franquicia después. En su primer año consigue unos más que buenos números (20.4 puntos, 7.1 rebotes, 2.4 asistencias, y 2.73 robos – liderando la liga en este último aspecto) por lo que es elegido en el Mejor Quinteto de Rookies y nombrado una vez Rookie del mes, en Febrero. Su equipo, eso sí, acabó con un paupérrimo 19-31. Su siguiente temporada, la 99-00 mejora sus números como rookie pero su equipo sigue sin carburar, las reconstrucciones son algo que llevan bastante tiempo (hehe), y esta vez no iba a ser distinto.
Acabada su segunda temporada y en plena pretemporada del año 2000 llegamos al domingo 25 de Septiembre. Tony Battie sale del baño y se encuentra a Derrick Pierce sobre el cuerpo ensangrentado y malherido de su hermano, ha recibido 11 puñaladas y multitud de golpes, pero está consciente “¿Voy a vivir? ¿Voy a vivir?” alcanza a decir, pero Tony y Derrick no saben la respuesta, así que solo pueden desear que sí e insuflar ánimo a su amigo y hermano. Llaman a una ambulancia y esta les lleva al hospital.
Es conocida por todos la teoría de que antes de morir se te pasa por la cabeza toda tu vida. Una tontería como cualquier otra, pero esta ampliamente extendida. No digo que no haya nadie a quien le haya pasado, digo que cualquier persona de inteligencia media dedicaría cada segundo a saber si puede salvarse y conservar todo aquello que le gusta de esta vida que está a punto de perder. Y algo de esto debió pasar por la cabeza de Paul Pierce la madrugada de ese día en la ambulancia. Pensó que no quería morirse y dejar de hacer aquello que le había proporcionado la mayor parte de los momentos felices de su vida, estoy seguro y convencido porque lo primero que preguntó al doctor fue “¿No me dieron en el brazo no?”.
No, no le dieron en el brazo y no, tampoco murió. A los 10 días estaba en una cancha de baloncesto, esa temporada fue el único jugador de los Boston Celtics que jugó los 82 partidos de temporada regular. El día de su primer partido en el Boston Garden, el speaker confesó a Pierce que “jamás había oído tanto ruido“. No era ya el líder del equipo en la cancha, su mejor jugador (junto al caído Antonie Walker) con sus 25.3 puntos 6.5 rebotes y 3 asistencias, sino que estaba a punto de ser una leyenda de esas que tanto, o que solo, se dan en el Garden. Pero antes iba a convertirse en “The Thruth”, “La Verdad”.
El 13 de Marzo Paul Pierce se enfrentaba al equipo de su infancia, a Los Angeles Lakers. Y no a unos Lakers cualquiera, hablamos de los Lakers de Shaquille O´Neal y Kobe Bryant que ganarían tres anillos consecutivos (2000, 2001 y 2002). Bien, pues contra su ex-equipo el joven de Inglewood conseguiría anotar 42 puntos – aunque acabase perdiendo de 5 puntos; finalizado el cual, Shaquille no pudo sino rendirse a la evidencia y haciendo gala de su humildad le bautizó: “Este tipo nos ha dado un repaso. Los grandes jugadores aparecen en los grandes momentos y él es muy grande, ha estado soberbio. Él es la puta verdad”. La temporada que había empezado de la peor de las maneras posibles le estaba granjeando el cariño de una de las aficiones más fieles del mundo, el reconocimiento de una liga plagada de egos, había sido bautizado y, para colmo, empezaba a forjar su camino a la leyenda: se convertía en el primer jugador de los Boston Celtics desde Larry Bird que anotaba 2000 puntos en una temporada regular. Solo le faltaba llevar al equipo a la gloria del anillo. Y lo haría, pero a su manera.
Tardaría ocho años en los que él sería “El Capitán” y jugador franquicia de un equipo muy por debajo de su nivel. Cuatro Playoffs y unas finales de conferencia es todo lo que conseguiría en esos años, siempre máximo anotador de su equipo, siempre líder, nunca flaqueando. Pero si ni siquiera Jordan consiguió ganar un anillo jugando con sus amigos, Pierce no iba a ser distinto. Hasta que no llegó el verano de 2007 el anillo era poco menos que una quimera.
Y nació el Big Three
En ese verano los Celtics se harían con Kevin Garnett, una leyenda viva de la NBA, único con 8.000 puntos, 10.000 rebotes, 4.000 asistencias, 1200 robos y 1500 tapones y en el Top 3 de jugadores en su posición en la historia de la liga junto a Tim”Siglo XXI” Duncan y a quien ustedes quieran poner. Desde Seattle, unas semanas antes, había aterrizado Ray Allen, el mejor triplista de la NBA. Por fin tenía compañeros con los que jugar a esto.
Con Garnett y Allen como compañeros, sin olvidar al ahora jugador franquicia de los Celctics, Rajon Rondo y el…, bueno, sonriente Kendrick Perkins los Celtics alcanzarían los Playoffs con el mejor récord de esa temporada. Como dije anteriormente, ganaría el anillo, pero a su manera. La final, como no podía ser de otra manera, les enfrentaría a los Lakers (de vuelta competitivos tras el raspaso/robo/miralabolita de Pau Gasol) y en el primer partido de la serie Paul Pierce chocaría con su compañero de equipo, Kendrick Perkins, se caería y echaría las manos a la rodilla. Todo normal… salvo que esa rodilla le había hecho perderse 35 partidos el año anterior. Directo a vestuarios.
Es la NBA, nunca sabes dónde acaba realidad y dónde empieza el espectáculo y la verdad es que me importa un pimiento: Paul Pierce regresaba a la cancha por su propio pie y con el TD Garden ovacionándolo de manera cerrada. Recordarlo y emocionarse, todo uno. 22 puntos después, el primer partido era para Boston. 5 partidos después el anillo también, y el MVP de las finales, para el chico de Inglewood. Contra los Lakers. Con los Celtics. Con 31 años. O con 8, como ustedes quieran.
“Recuerdo a los doctores diciendo tras la operación que Paul no podía ni siquiera poner sus manos encima de la cabeza. El mismo día que dijeron eso, ya estaba haciendo lanzamientos al aro.” Jim O´Brian.