Por un lado, quiero dejar claro que yo os entiendo. Si mañana me dijesen que el día de las fiestas de mi pueblo van a tocar Rocío Jurado, Extremoduro y Fat Boy Slim, estaría una semana antes sin dormir de la emoción. Y si lo que veo al llegar es a cuatro personas con la mirada muerta y vestidas de una manera estrafalaria destrozando mis canciones favoritas… pues sí, mi primer instinto sería el de querer matar al concejal de fiestas.

Este señor nos había prometido el mayor festival de la historia y en su lugar nos ha traído a la orquesta El Deseo. Un espectáculo destinado a entretener y fascinar a los niños y ancianos del pueblo, y de no molestar mucho a aquellos con dentaduras completas mientras se emborrachan o duermen.

Y así llegamos a la parte que no voy a entender jamás. Vosotros, como yo, lleváis años asistiendo de manera regular a nuestra cita con el All-star. Y vosotros, como yo, sabéis perfectamente que no es ese choque espectacular entre los mejores jugadores del mundo. No, el All-star es una puta mierda. Lo ha sido este año, lo fue el pasado, y lo ha sido siempre.

Venga, sin pensar, dime una canasta memorable o una acción defensiva clave para ganar un partido de las estrellas. Y si me vas a venir con el tiro aquel de Michael Jordan, te recomiendo una serie: The Walking Dead. Te va a flipar, pasa algo interesante cada 863 capítulos, más o menos.

 

El All-Star no ha envejecido mal, tú sí

La única diferencia es que antes, cuando aún no tenías ni muelas del juicio ni mucha hostia que hacer a la una de la mañana de un domingo de febrero, entre el hype, la carencia de entretenimiento audiovisual más allá de la teletienda, y la ausencia de un despertador que va a sonar a las ocho de la mañana para que alimentes la maquinaria capitalista, el espectáculo era la hostia.

Entonces, ¿Qué es lo que os cabrea? Peor aún, ¿Qué queréis arreglar? Porque esa es otra: antes, cada fin de semana del All-star era una pesadilla por la ausencia de NBA y por la chapa con las discusiones sobre quién debería ir o no. Pero, al menos, al día siguiente te podías reír un poco de todos aquellos cabreados por lo que consideraban una noche tirada.

Ahora no. Ahora tienes que abrir twitter y en lugar de mirar el horizonte con una mirada de suficiencia, tienes que escuchar teorías súper locas sobre qué hacer para mejorar el espectáculo. Como si hubiera una receta mágica que pudiera hacer que un señor que está a unos meses de firmar 200 millones de dólares por cinco años vaya a forzar su tobillo en un partido de exhibición, o que un veterano que lleva diez años sin lograr un anillo vaya a bajar el culo durante 30 minutos para que tú te entretengas.

Peor aún, vas a tener que ver unas doce cuentas posteando una acción defensiva de 1993 igual has escuchado doce veces a tu abuelo hablar de aquel año que vino Ramoncín a las fiestas. A ver quién les explica que si pones a 10 jugadores en una cancha de baloncesto durante 48 minutos en algún momento van a chocar, de la misma manera que si aporreas las cuerdas de una guitarra 48 minutos en algún momento vas a acertar un acorde.

La única manera de mejorar el All-star es no viéndolo. O viéndolo asumiendo lo que es: la orquesta El Deseo. Y si a la orquesta El Deseo la escuchas de fondo desde la comodidad de tu cama o con un cachi en la mano, con el All-star has de hacer tres cuartos de lo mismo. Lo que no puedes hacer es ir a la plaza del pueblo y tirarte toda la noche calentando la oreja al de al lado sobre lo mal que están tocando, ni dar la brasa en el trabajo al día siguiente con una estrategia de doce pasos para traer a Oasis.

No puedes convencerles para que vuelvan juntos.

No quieren volver juntos.

No van a sonar  como cuando estaban juntos.

(y eran una mierda)