Hay un momento en toda película, serie o libro en el nuestro héroe, tras el batacazo sufrido en el primer arco de la obra, agacha la cabeza, se pone a trabajar, y sin mediar una sola palabra se lanza a la aventura hasta lograr su objetivo. Cortando la cabeza de todos aquel que se interponga en su camino.

Edmundo Dantes saliendo del Catillo de If y ascendiendo en la alta sociedad francesa hasta lograr su venganza. Luke Skywalker escapando de Tatooine tras el asesinato de sus tíos hasta vengar su muerte y completar su destino. Elon Musk saliendo de la mina de esmeraldas de su familia para comprar y hundir twitter, convirtiéndose así en la persona más divorciada del planeta.

Los ejemplos son innumerables.

 

La caída a los infiernos

En el caso de Jayson Tatum, su descenso a los infiernos, la caída que acabó con él en las profundidades de Moria a meced del Balrog despertado por la ambición de los enanos, se produjo durante las NBA Finals 2022.

El alero llegó a la NBA en cuna de oro. El primer tercer pick de un Draft cargado de talento aterrizaba en una franquicia que, a lo largo de las siguientes semanas, se haría con el Agente Libre más cotizado del mercado, Gordon Hayward, y Kyrie Irving, súper estrella de la liga y alumno más aventajado de la Youtube University.

Un equipo contender que duraría exactamente cinco minutos. Desde entonces, cada temporada de Jayson Tatum ha sido una consecución de grandes temporadas aquellos años en los que no se esperaba nada, y aún más grandes decepciones en los que todo parecía encajar antes de comenzar el curso.

Sin embargo, aunque es indudable que él no paraba de crecer como jugador día tras día, semana tras semana, año tras año, siempre había una incómoda sensación al final del paladar que no te dejaba confiar a ojos ciegas en él.

Ya fuese por la facilidad que se salía de los encuentros cuando las cosas no salían como esperaban, por su tendencia a jugar en momentos complicados como si fuese ese señor al que tanto idolatraba pero de cuya cabeza aún estaba lejos, o por sus insufribles quejas a los árbitros, parecía que aún le faltaba un martillazo para acabar de forjarse.

Y con sus mejores aperos, como si de Ben Abbot se tratase, llegó un Stephen Curry encantado de llevarse los 10.000 dólares de esta semana. Tocado del hombro, con un ataque colectivo tan frágil como las rodillas de su principal baluarte defensivo, y dando un poco de vergüenza ajena en Instagram, Jayson Tatum se fue para casa pese a quedarse solo a dos victorias en el TD Garden del anillo.

 

Un hombre con una misión

El mismo jugador ha reconocido que la herida ha dolido y supurado durante todo el verano. Que los mensajes de enhorabuena por la buena temporada dolían tanto o más como las críticas. Que en lo único que ha podido pensar durante la offseason era en volver a las canchas y tratar de redimirse. Que qué puta mierda todo, joder.

Además, como pasa en estas historias, su ascenso se produce tras perder la figura de ese viejo que le ayuda a prepararse para su historia; el Abate Faria, Obi-Wan Kenobi, los fondos de inversión árabes, etc. En este caso, un Ime Udoka que montó un sistema que permitió al alero medirse cara a cara a jugadores como Kevin Durant o Giannis Antetokounmpo, acabó sumido en las tinieblas y condenado a un ostracismo que hasta Matt Barnes entendió como justo.

Desde entonces, Jayson Tatum está en una misión. Calmado, tranquilo y concentrado ha comenzado esta temporada a un nivel de MVP. Quizás la primera vez que un jugador de los Boston Celtics aspira de manera real a dicho galardón desde Larry Bird.

Jayson Tatum ha encontrado su mejor versión, promediando 32.3 puntos, 7.2 rebotes y 4.1 asistencias lanzando con un 50% de acierto en tiros de campo y por encima del 38% en triples – todos datos anteriores a la confección de este artículo (antes del partido en Atlanta, vamos). Casi todas estadísticas récord en su carrera.

Pero lo importante de todo esto no es lo que está haciendo, sino cómo lo está haciendo. La sensación de calma y frialdad que desprende. El sentimiento de que por fin es él el que domina los encuentros y no al revés. Ya no malgasta posesiones defensivas en estúpidas protestas a un estamento arbitral cada vez más desconcertante, ya no penetra pensando más en sacar la falta que en anotar la canasta. Le vemos concentrado y ayudando a sus compañeros. En ocasiones, como en los partidos contra Orlando o Chicago, siendo él el primero en bajar el culo cuando cree que su equipo necesita un par de posesiones defensivas a su mejor nivel. Siendo un líder en definitiva.

Ahora, ya saben lo que queda. Disfrutar de un jugador de época hasta que el gafe de este artículo o la maldita suerte irlandesa haga efecto y termine por convertirse en Carmelo Anthony.