Cuando nacemos tenemos las cosas bastante claras: dormimos 16 horas al día, comemos cuando tenemos hambre, meamos cuando aprieta y cualquier chorrada te hace gracia. En definitiva, somos felices.

Por desgracia, es un estado en el que solo nos permiten permanecer unas docena de semanas. Aún no somos capaces de sostenernos sobre nuestros pies cuando la sociedad se vuelca en someternos a esa tortura que hemos dado en llamar «civilizar».

Acuérdense de aquellas aburridas clases de Historia en el instituto y piensen en qué pasaba siempre que una cultura «civilizaba» otra. Inequívocamente, cada vez un grupo humano alcanza un nivel de sociedad más complejo, pierde calidad de vida por el camino.

El problema está ahí desde el origen de las sociedades complejas. Ese «Neolítico» que te venden como poco menos que un milagro de la inteligencia humana no es más una mala solución a un cataclismo: tocaba glaciación y dejó de haber comida colgando de los árboles o corriendo por el campo. El remedio fue peor que la enfermedad. Plantar tus propios alimentos, hacer graneros por si el año siguiente venía jodido y empezar a domesticar los animales que mejor se adaptasen a esta nueva vida de mierda…

En el fondo, el ser humano sabe que este camino emprendido hace 10.000 años es erróneo. Que poner a una persona en el espacio es un logro nimio en comparación con poder vivir tocándote los cojones 14 de cada 15 días.

Y como somos incapaces de soportar la felicidad ajena, todas las civilizaciones han absorbido y/o masacrado de manera sistemática a cuanto grupo de humanos felices se han encontrado. Roma, España e Inglaterra son los mejores ejemplos de lo que hacen las sociedades con los individuos.

Civilizar un pueblo es el acto más malvado que se puede llevara a cabo. Es tan cruel que hasta los aspectos aceptados como positivos son una puta mierda. La violencia, la guerra, el sometimiento y humillación al vencido está presente en cualquier conflicto humano. Pero al final de este proceso, cuando las aguas vuelven a sus cauces, para el común de la gente todo sigue más o menos igual que estaba antes

Sin embargo, después de un proceso civilizador todo lo que hay a la vuelta de la esquina es aún más sufrimiento: leyes, trabajo, enfermedades y religiones monoteístas.

En algún momento durante los últimos 10.000 años el ser humano dejó de entender el sentido de la vida. Y así hemos llegado al día de hoy, donde solo hay un centenar de «culturas primitivas«. Apenas millón de personas conocen la felicidad en un mundo en el que hay 7 mill millones de humanos.

 

Sacramento Kings, el último reducto de felicidad humana

 

Cuando eres un chaval, un salvaje al que aún están tratando de encorsetar, entiendes el baloncesto como lo que es: un juego con el único objetivo de  pasarlo bien. Posteriormente, a medida que la sociedad va infestando tu mente, lo empiezas a entender como un deporte y al final, cuando ya estás del todo corrompido, como una competición.

Así llegamos al extremo de sentarnos delante de una pantalla a ver un encuentro entre los mejores jugadores del mundo y estar tan pendientes de ver quién se erige como ganador que se aplauden absurdeces como el esfuerzo o los sistemas.

Somos tan idiotas que nuestra aspiración como aficionado a la NBA es experimentar lo que ha vivido un seguidor de los San Antonio Spurs en este siglo. Una persona que durante los últimos 20 años ha gastado todo su tiempo libre en aburrirse es el modelo de un aficionado «feliz».

Imaginen que al entrar a un parque, cada niño tiene que elegir con qué jugar. Es un espacio en el que hay toboganes, columpios, balones… lo que se les ocurra. Si en ese escenario el primero en entrar escogiese sentarse a contemplar el perfecto funcionamiento del aspersor, plis, plis, plis, fussss, plis, plis, plis, fusssss, plis, plis, plis, fussss, todos alucinaríamos en colores. Pensaríamos que es un chaval con un mundo interior riquísimo o, en otras palabras, un puto tarado. Pero si además vieses que el niño se convierte en la envidia de todos sus compañeros, ¿no darías por supuesto que algo raro ocurre con esos niños? ¿No querrías entrar en ese parque como Anakin Skywalker en el templo Jedi?

Ese parque es la NBA actual. Los aficionados de los equipos más divertidos envidian a aquellos que decidieron seguir a auténticos tostones por el simple hecho de que al final de cada partido – algo que solo ocupa 82 de los 365 días del año, han anotado más puntos que el contrario.

En serio, ¿qué significa siquiera punto? ¿Qué mierda de palabra es esa?

Por suerte, no todo está perdido. Aún quedan salvajes felices que entienden que lo único sensato que se puede hacer con la vida es vivirla. Que si esta sociedad está podrida hasta el punto de solo tener tiempo para mantener una afición, lo menos que puedes hacer es que esta te divierta.

Ese 0,1 % de la población que todavía no ha sido corrompida es aficionada de los Sacramento Kings, el equipo más divertido de toda la liga y el único que merece la pena seguir. En Hallstatt A y B habría hostias por subirse al carro de los Kings.

El aficionado de Sacramento es el único que supo entender que da igual perder todos y cada uno de los 82 partidos jugados al año si a cambio podían ver cada noche a Jason Williams. Encuéntreme una sola persona en el mundo que haya sido entretenida por John Stockton y le entregaré mi primogénito.

Tomemos el ejemplo de los Dallas Mavericks. Eterna segundona hasta para el tema del aburrimiento, tras 20 años con un jugador franquicia de comportamiento ejemplar, blanco, rubio y europeo ¿a quién entregan los mandos de la franquicia durante los próximos 20 años? A un jugador europeo, rubio, blanco y de comportamiento ejemplar.

Los Sacramento Kings podrían haber escogido a Luka Doncic. Su entrenador, David Joerger, un señor ultracivilzado que perpetró uno de los equipos más coñazos (y por lo tanto más admirados) de la década pasada, quería draftear a Luka Doncic.

Su jefe, Vlade Divac, quien fuera jugador del mejor equipo en la historia de la NBA, los Sacramento Kings de 2002, discrepaba. En su lugar quería coger a Marvin Bagley III. No porque fuera mejor, tuviese un techo más alto o se adaptase mejor al estilo de juego del equipo, no. Lo hizo porque sabe que tiene mucho más potencial de convertirse en un jugador más divertido que Doncic cuando Rick Carlisle termine de lavarle el cerebro.

Finalmente, tras un año de desavenencias entre el entrenador que quería coger al jugador que se va a pasar toda su carrera ganando cosas y el Genaral Manager que prefirió al que se va a pasar años y años firmando dobles-dobles tan vacíos como espectaculares, los Sacramento Kings han despedido al primero.

¿Por qué? Porque ellos saben que sus aficionados buscan entretenimiento los 365 días al año, no 82 noches. Porque ellos entienden de qué va esto y tú me estás leyendo mientras trabajas o estudias. Gilipollas.