Comentaba David Chapelle en uno de sus excelentes especiales en Netflix, que la primera vez que entendió el miedo que pasan las mujeres cuando tienen que andar o coger el metro solas por la noche fue un día en el que, tras una actuación, el encargado del pub en el que actuaba le pagó todos los atrasos que le debía. Con un buen montón de dinero en el bolso, tuvo que recorrer solo todo el trayecto que separaba este lugar de su casa y lo hizo completamente acojonado, pensando en todas las cosas que podrían pasarle en caso de que alguien se diese cuenta de lo que llevaba consigo.
«¿Cómo sería si todos los días tuviera que llevar algo igual de valioso y que, encima, todo el mundo supiera que lo tengo?» Cuenta el cómico que se preguntó en ese momento, en el que comprendió al fin qué es por lo que tienen que pasar todas las mujeres del mundo cuando se aventuran a la calle solas, especialmente en horas intempestivas.
Durante años, los aficionados de los Boston Celtics hemos estado igual de ciegos que David Chapelle. Llevamos post-temporada tras post-temporada viendo cómo los jugadores de la NBA están cada vez más empoderados (por suerte) y tienen cada vez menos manos sobre las riendas de su carrera.
Sí, siempre ha habido jugadores solicitando traspasos porque estaban hartos de estar rodeados por compañeros igual de válidos para este deporte que un pingüino para la programación informática. Pero nunca, en toda la historia de esta competición, habíamos visto una cantidad semejante de jugadores que no es que aprovechen su agencia libre para irse a destinos a priori más atractivos, sino que antes de que se acabe su contrato ya proclaman de manera pública que se quieren ir y a dónde.
Tras cuatro temporadas de Jayson Tatum en los Boston Celtics, en los que la directiva le ha rodeado de una serie de plantillas que le han permitido jugar al máximo nivel (dos finales de conferencia) en tantas ocasiones como han protagonizado un circo ambulante, el jugador tiene tantos motivos para creer que en Massachussetts va a poder alcanzar la cima de su potencial y profesión como para pensar que puede estar condenado a una larga carrera de ver cómo son otros los que se llevan los trofeos y reconocimientos a los que él, por su propia calidad, podría aspirar y ganar.
Jayson Tatum es muy bueno
Ya cuando el ya ex General Manager de los Boston Celtics, Danny Ainge, traspasó el pick #1 del pasado NBA Draft 2017 a cambio del #3, para así hacerse con el jugador que quería, Jayson Tatum, y de paso rascar otra primera ronda que se ha acabado transformando en Romeo Langford, se olía que el jugador tenía el potencial y las características para convertirse en algo muy serio.
Expectativas que lleva superando desde su primer partido en la NBA y que ha acabado de rubricar a lo largo de su cuarta y mejor temporada hasta el momento.
A lo largo de los últimos diez meses, el alero de St. Louis ha sido elegido por segunda vez para el All-Star, anotado cuatro tiros ganadores, igualado el récord anotador de la franquicia en manos de Larry Bird (60 puntos), anotado 50 o más puntos hasta en tres ocasiones, firmado sus mejores números en puntos (26.4), rebotes (7.4), asistencias (4.3) y porcentaje de tiros libres (86.8 %), jugado 37.5 minutos de media en 94 partidos y superado un COVID-19 que le obligó a usar un inhalador antes y después de cada encuentro.
Jayson Tatum es, sin lugar a duda, élite de la NBA y nadie debería sorprenderse de que en las próximas temporadas aparezca de manera recurrente en la discusión para el MVP de la NBA.
Con un contrato por el máximo que entra en vigor este 1 de julio, lo lógico es que los aficionados de los Boston Celtics estuvieran tan contentos de poder disfrutar de este jugador durante años, como seguros de que esto sea lo que va a suceder, ¿verdad?
No tan rápido.
El limbo de la mediocridad y el infierno de la Agencia Libre
Como decíamos anteriormente, el problema es que en la NBA actual los jugadores son conscientes de que tienen el poder necesario para presionar a sus franquicias para buscarles una salida en caso de que no estén contentos en la misma y, de nuevo, Jayson Tatum tiene delante de sí una lista de pros y contras tan equilibrada como Philippe Petit.
Ningún jugador en la liga quiere ser el siguiente Charles Barkley, John Stockton o Carmelo Anthony. En la edad de las redes y los memes, nadie quiere que se le recuerde como aquel jugador que era muy bueno pero que nunca ganó nada. Eso, en el mejor de los casos. En el peor, ningún jugador quiere tampoco ya ser el emblema de una franquicia mediocre en la que nunca estuvo lo suficientemente bien rodeado para ganar cosas, pero hizo que sus aficionados se sintieran orgullosos y pagasen una entrada solo por verle jugar ahí. Y eso sin ni siquiera hablar de los que simplemente buscan un mercado más grande y una mayor exposición pública.
Contando que aún le quedan cuatro años de contrato a partir de este verano, la directiva de los Boston Celtics tiene cuatro temporadas para rodear al jugador de una plantilla y un cuerpo técnico que le permitan alcanzar su techo deportivo y profesional.
El problema reside en que, ya liquidado todo su botín de futuras rondas del draft y contando con que Jaylen Brown es un complemento perfecto para su juego, apenas hay activos interesantes con los que realizar grandes movimientos. Marcus Smart es quizás la pieza con mayor valor del roster y viene de firmar su temporada más desangelada.
Tras él, un Kemba Walker que solo en momentos puntuales ha podido mostrar el nivel que tuvo en Charlotte, un Tristan Thompson que solo puede aportar un par de cosas de manera confiable – y ambas son residuales en el baloncesto actual, un sophomore que apenas ha disputado un tercio de la pasada temporada y un rookie tan bueno como bajito, son todo el arsenal con el que cuenta el frontoofice para conseguir que dentro de cuatro años Adrian Wojnarowski no esté tuiteando que Jayson Tatum quiere seguir los pasos de su ídolo de juventud.
El resto es campo.
Para colmo, pese a que gran parte de su equipo tiene una experiencia más que contrastada, el encargado de llevar a cabo la labor más importante a la que se ha enfrentado la franquicia en la última década es un Brad Stevens que, por primera vez en su vida, se ha montado en el metro a las dos de la mañana, en un barrio muy jodido, con un reloj de oro y cara de no haber salido de Indiana en su puta vida.