Cuando dentro de medio siglo se analice la cultura de la pasada década, el concepto que más se repetirá para describir dicha época será el de nostalgia. Durante los últimos años hemos visto cómo cada estudio de Hollywood con los derechos de algún título que lo petó fuerte en los 80´s corría a hacer un remake; cómo cada banda con un par de videoclips populares en la MTV o VH1 de los 90´s dejaban de meterse tranquimazines para volver a dar un par de conciertos, en el mejor de los casos, y sacar un disco en el peor; cómo la mejor serie de la historia estrenada cada mes en Netflix tiene un tufillo a máquina recreativa que tira para atrás…

 

Joder, si ha vuelto hasta Piraña, de Verano Azul. Solo que ahora un 200 % más azul.

Para explicar por qué se produce este fenómeno hay también casi una teoría por cada persona que ha dedicado 15 segundos a reflexionar sobre el tema: falta de ideas nuevas, una generación que no quiere crecer, el valor de lo seguro en un mundo que no para de cambiar, etc.

La mía es que para una generación que cobra tres duros por currar 50 horas a la semana, bienvenida sea cualquier cosa que le haga recordar aquellos tiempos en los que su única preocupación era levantarle todos las tazos al compañero de pupitre durante el recreo.

La NBA, como otro producto de entretenimiento más que es, tampoco ha escapado de esta fiebre nostálgica: los equipos presentan uniformes que nos recuerdan tiempos pretéritos, en los tiempos muertos nos ponen vídeos sobre momentos históricos de la liga, Vince Carter sigue jugando y los Detroit Pistons llevan dos temporadas haciendo lo imposible por recordar sus narcóticos 70´s.

 

Isaiah Thomas y la nostalgia

Con permiso de los años de Rick Pitino, jamás un aficionado de los Boston Celtics sintió tanta nostalgia como la temporada pasada. Sufrir durante casi 100 noches a un equipo con tanto talento como falto de alma provocaba un deseo irredento de «superar la temporalidad y la finitud, de volver a la Ítaca de los orígenes«. Situábamos, no faltos de acierto, el origen de todos nuestros problemas en aquella noche que Danny Ainge decidió que era una idea cojonuda traspasar a Isaiah Thomas, Jae Crowder, Ante Zizic y una primera ronda a cambio del inefable Kyrie Irving.

Meses después, pese a que el equipo está cómodamente situado en la parte alta de la clasificación en la Conferencia Este, su química parece imposible de mejorar y el futuro se antoja halagüeño, aún somos muchos los que esperamos con ansias que el General Manager de los Boston Celtics se decida por fin a traer de vuelta al pequeño base que nos hizo tan felices durante dos temporadas y media.

Baloncestísticamente hablando, los argumentos no son demasiado poderosos: los Celtics necesitan anotación desde el banquillo y que levante la mano el equipo que no necesite un poco más de tiro exterior.

En los 40 partidos que Isaiah Thomas jugó con los Washington Wizards promedió 23 minutos en los que anotó 12,2 puntos y repartió 3,7 asistencias por encuentro, lanzando al 41,3 % de tres. Además, conoce perfectamente al entrenador, su sistema y tiene una relación más que buena con muchos de sus compañeros. Ya en el extremo 2K de la mesa, tenemos a aquellos que sueñan con un IT enseñando a Carsen Edwards cómo triunfar en la liga – cuando el primer paso igual es recordarle cómo jugar al baloncesto; pero este es otro tema.

Por contra, sigue habiendo demasiados factores en contra de su vuelta, sobre los que destacan dos: su tamaño y poca aportación defensiva no harían sino redundar en problemas que ahora mismo se están solventando de manera casi milagrosa y, sobre todo, Danny Ainge nunca ha sido un gran partidario de cortar jugadores para hacer hueco a otros. Son numerosas las entrevistas en las que comenta cómo esto fue algo que aprendió en la época del Big Three, «cortar a jugadores jóvenes para hacer huecos a veteranos que te puedan ayudar una temporada es generamente una mala idea«.

Las cosas no pintan nada bien para aquellos que soñamos con volver a ver a Isaiah Thomas de verde y regresar a un tiempo en el que las cosas eran más fáciles (o no) pero quizás esto no sea algo malo. A fin de cuentas ¿no sería el mundo un lugar más feliz si solo hubiera tres películas de Star Wars?