Vaya por delante que Russell Westbrook es alguien a quien aprecio. No lo quiero ni a dos mil kilómetros de Boston, pero hay que reconocer que nadie como él sabe interpretar el papel de Russell Westbrook. Por otro lado, también tengo bastante claro que si fuera fan de los Oklahoma City Thunder besaría por donde pisase. Y creo que ahí reside gran parte del problema.

 

No es solo que no se pueda entender la historia de los Oklahoma City Thunder sin Russell Westbrook, que haya sido protagonista tanto de sus momentos más brillantes como de los oscuros, sino que ahora mismo él es OKC.

Años después quizás cueste recordarlo, pero pocos eran los que en su día pensaban que Russell Westbrook iba a continuar en Oklahoma tras las salidas de James Harden, Serge Ibaka y, sobre todo, su némesis Kevin Durant. Pero al firmar aquella extensión de contrato, el base de pasó de ser un jugador tan talentoso como cuestionado al hijo favorito de su afición. Es más, hasta fue abrazado por gran parte de los aficionados neutrales: en una época dominada por las salidas de las grandes estrellas a páramos más verdes, Russell Westbrook representaba la lealtad, el orgullo y el desafío al gigante.

La Patente de Corso concedida al de Long Beach por el universo NBA fue tal que llegó hasta ser elegido MVP en una decisión más que discutible: el único argumento para otorgárselo, ser el primer jugador desde Oscar Robertson en promediar un triple-doble durante una temporada completa, es tan débil, vacío de sentido, que las dos temporadas siguientes no le valieron para ni siquiera entrar en la conversación.

Esta barbaridad estadística tampoco ha sido capaz de conseguir que sus equipos sea capaz de superar en la primera ronda de Playoffs a conjuntos sobre el papel inferiores… algo que curiosamente molesta más a los aficionados neutrales que a los propios seguidores de los Oklahoma City Thunder, quienes siguen defendiendo al jugador en lo que está demostrando ser la mayor conexión ciudad-jugador franquicia vista en la NBA desde Allen Iverson – Philadelphia.

Nadie en ese equipo o ciudad es capaz de decirle al emperador que está desnudo. Que no puedes lanzar 411 triples cuando solo encestas el 29 % de ellos; que no puedes abusar de los tiros de media distancia en transición cuando eres el segundo jugador más imparable de la NBA atacando el aro – ¿cuántas asistencias a compañeros abiertos, cuántos tiros libres está dejando en el tintero al no penetrar e insistir en lanzar mal malos tiros?; que su empeño en coger rebotes ofensivos le convierten en un pésimo defensor perimetral.

Al igual que el emperador necesitó que un chaval inocente y temeroso de nada le dijese que estaba desnudo, Russell Westbrook necesita que alguien le haga saber que las cosas no pueden seguir así.

Y Damian Lillard siempre ha tenido un rostro aniñado.