Por mucho que el cliché sea de proporciones bíblicas, la comparación es irrefrenable. Los Boston Celtics se hunden cual Titanic. Para no caer en convenciones, exploremos más conceptos. Se diluyen cual azucarillo. Se estrellan cual Nikita Mazepin. Encogen cual camiseta en agua caliente. Se caen cual rey campechano. Desaparecen cual rey campechano. Defraudan cual rey campechano. Me disculpo por la falta de originalidad.
En definitiva, el conjunto dirigido por Brad Stevens ha caído en desgracia cuando todo comenzaba a tener un cierto sentido baloncestísticamente hablando. Parecía que, tras un excruciante curso caracterizado por la irregularidad de resultados y la regularidad de lesiones, los Celtics habían encontrado su momento para acabar la temporada regular dignamente en la cuarta o quinta plaza de la Conferencia Este. Iluso viene de ilusión.
Como siempre hay un piso más abajo en el sótano del fracaso, la derrota de Boston en la ya clásica debacle dominical matutina, esta vez ante los Hornets, solo fue el asqueroso aperitivo a un plato principal indigesto. Caer en casa ante un equipo que llevaba semanas sin conjugar el verbo ganar, es un nuevo hito en la carrera al fango de los Celtics.
Es francamente difícil sentarse a ver los partidos ante Charlotte y Oklahoma City y tener un mínimo de esperanza para la recta final de campaña. Tampoco es que nadie apostara por el anillo, pero un mínimo de honra es lo mínimo que se le puede exigir al equipo.
La frustración del aficionado está latente, y quizás su máxima representación se refleja en el propio parqué. Jayson Tatum y Jaylen Brown son todos los que desde su hogar intentan empujar a los decepcionantes Celtics. Si volvemos al terreno náutico, las dos estrellas de Boston están intentando achicar agua mientras sus compañeros meten el cubo en el mar y vuelven a tirarla dentro.
A tal extremo llega esta situación, que en algunos partidos, Tatum y Brown parece que acaban de terminar la maratón de Boston y desconocen el tacto de esa esfera naranja que tienen entre las manos. Culpar a ambos, por muchos partidos malos que estén teniendo, me parece no reconocer la realidad por la que pasa el equipo. Como abroncar a Batman y Robin por saltarse un ‘Stop’.
Si el desenlace acaba siendo tan decepcionante como apunta toda la temporada, los Celtics van a coger vacaciones pronto, y lo que en realidades paralelas podría ser dolor, se va a convertir en alivio. Al fin y al cabo, cuando no estás en condiciones de luchar por nada y todo se ha convertido en sufrimiento, el sentido de todo se pierde. ¿Para qué agarrar los instrumentos y seguir tocando si el barco se está hundiendo? Es mejor no trabajar, cual rey campechano.