Más fuerte que la pegada de cualquier púgil campeón del mundo del peso pesado; así atiza la realidad. Da igual que seas un optimista por naturaleza, o que la tostada se pueda oler desde el ala oeste de la Casa Blanca. El golpe va a entrar, va a doler y va a aturdir. El que pensara que, tras sumar cuatro victorias consecutivas antes del All-Star Game, los Celtics estaban para tener su parcelita en la cima, se mienten como aquel que va a pasar por la báscula tras la (gloriosa) época de torrijas.
Enfrentarse a Nets y Jazz, dos de los mejores equipos de la temporada, era una buena piedra de toque para certificar que, efectivamente, a la franquicia de Boston le queda un escalón (o dos) para codearse con los que se han ganado el estatus de gigante durante el curso. Dentro de la ínfima sorpresa que supone que se perdiera en ambos encuentros, se pueden hacer dos lecturas que van a depender de la filosofía vital del que las realice.
En estos momentos, es innegable que el techo de los Celtics no está a la misma altura que estos dos rivales y alguno más que se nos puede ocurrir. Entiendo que pueda ser difícil de asumir, pero es real como un airball de Jeff Teague. De ahí puede nacer la piromanía de querer acabar con todo y traer seis jugadores nuevos, aunque no tenga sentido económicamente, o analizar esos partidos más allá del resultado y observar que Boston ha mejorado. Sí, ya sé que eso no supone ningún consuelo.
El conjunto dirigido por Brad Stevens ha mostrado algunos brotes verdes, sin embargo, sigue adoleciendo de un problema capital que provoca que el número de la columna de derrotas siga subiendo. De nada sirve jugar más o menos bien, si cuando el partido llega apretado al final, el baloncesto deja paso a una serie de catastróficas desdichas. Los Celtics y el último cuarto casan peor que Julio Iglesias y la monogamia.
La realidad de los Celtics
Sin entrar en detalles pormenorizados sobre el porqué, aunque tener una ristra de secundarios más que decepcionante explica mucho, el baño de realidad es cristalino. Boston tendría que confiar en más de un milagro para poder ser un candidato a tener en cuenta en la lucha por el anillo, y ninguna de esas maravillas celestiales se manifiestan en forma de Harrison Barnes o Nikola Vucevic.
Vamos a ser más gráficos. Aunque incorporaciones como las anteriormente mencionadas pudieran mejorar teóricamente a los Celtics, el equipo no está para competir ante, por ejemplo, unos Brooklyn Nets que cuentan con tres de los siete mejores jugadores del mundo. Más aún cuando el equipo de Steve Nash puede echar mano de otros nombres con talentos específicos que poco se parecen a lo que tienen Semi Ojeleye, Grant Williams, o el eternamente mencionado Jeff Teague. Que algunos tendrán, digo yo. Podríamos seguir este mismo argumento con los Lakers, los Clippers, quién dirá si los Sixers y, como vimos recientemente, los Jazz.
Las declaraciones de Danny Ainge, aunque sigan dejando caer unas presuntas negociaciones, denotan en el fondo que el objetivo en estos últimos compases de mercado pasa por ligeros retoques para que el equipo sea mínimamente competitivo en los Playoffs. Básicamente, llegar a las eliminatorias por el título e ir a la guerra con un regimiento muy parecido al de ahora.
Es en el próximo verano cuando la gerencia de los Celtics tiene que dar el gran golpe y utilizar la dichosa TPE en algo que tenga realmente un rasgo diferencial. El nombre y el apellido del premio estival parece claro: Bradley Beal. Intentar hacerse con los servicios del escolta de los Wizards y encontrar a secundarios que ofrezcan más garantías es la meta. Por supuesto no será fácil, pero del éxito de esa hipótesis puede llegar la excusa para la presente mediocridad.
Hasta ese momento, la receta sigue siendo la misma. Las exigencias son necesarias, pero también lo es abrazar la realidad y las reglas económicas. Porque a mi también me gustaría vivir en una casa más grande con piscina, pista de tenis y sala de cine, pero por muy fervientemente que se lo explique al banco, me parece que su respuesta no iba a ser muy positiva. Quizás les pueda prometer que mi progenie acabará en los drafts de la NBA y/o la WNBA e hipoteque sus picks a ver si aceptan.
LeBron y el Monstruo Verde
Aunque el título de este epígrafe pueda incitar al error, no voy a decir que la estrella de los Lakers tenga miedo de los Celtics. Ya me gustaría. Estas líneas nacen con un fin explicativo que pretende apaciguar algunos infartos que se originaron cuando en diferentes medios comenzó a aflorar la siguiente información:
LeBron James has become a partner in the Fenway Sports Group, making him a part owner of the Boston Red Sox, first reported by the Boston Globe and confirmed by ESPN. pic.twitter.com/Yo0BJTlAYd
— SportsCenter (@SportsCenter) March 16, 2021
No es una broma. LeBron James se ha convertido en uno de los propietarios de los Boston Red Sox. Dicho de otra manera, uno de los deportistas más odiados de la ciudad ha metido la mano en una de las posesiones más preciadas de todo Massachusetts. Tranquilo, William Wallace. Guarda la espada, límpiate la cara y entiende primero el porqué.
Por resumir mucho, la franquicia de béisbol de la ciudad de Boston pertenece a la entidad Fenway Sports Group, que, entre otras cosas, también es dueña del Liverpool FC. Hasta ahora, todo bien. Para el que no lo sepa, LeBron, declarado gran fan de los ‘reds’, es accionista del vigente campeón de la Premier League, y ahora, extiende su relación con sus socios participando también en el accionariado de los Red Sox.
Esto, aunque lógicamente sea digno de mención por la relación tormentosa entre James y Boston, no debería tener mayores consecuencias. Es decir, LeBron no va a tener mucho que ver en el devenir de la franquicia y seguramente sea un dossier más en su creciente libro de negocios. Tranquilos aquellos que pensaban que iba a trasladar al equipo a Alburquerque.