La alegría dura poco en la casa del pobre. Bueno, tampoco había tanta alegría. Bueno, tampoco son tan pobres. En fin, que cuando los Celtics parecían empezar a jugar a algo que se podría calificar dentro del concepto del baloncesto, la eterna mala suerte que persigue a la franquicia de Boston se cobró su diezmo en forma de un aparente positivo en COVID-19 para Evan Fournier.

Sí, el jugador que ya tuvo que esperar unos cuantos partidos tras aterrizar desde Orlando por un falso positivo. Sí, el jugador que anotó seis triples en el último cuarto ante los Houston Rockets. Sí, el jugador que enseñó a la segunda unidad del equipo dirigido por Brad Stevens que el balón tenía las dimensiones adecuadas para entrar por el aro. Sí, el jugador que cumplía el necesario y clásico cupo de franceses en los verdes.

La baja de Fournier es simplemente el capítulo más nuevo de la trágica serie que están protagonizando los Celtics durante este curso. Seguramente estemos ante algo accidental, pero como pasa en todas las historias, a medida que van pasando las temporadas, la cosa pierde la gracia. No veo el momento de que llegue el final, aunque sea como el de ‘Dexter’. Fijaos hasta qué punto llega este hartazgo. 

Los Celtics son un equipo producido por la marca ACME – o MIKASA si nos atenemos al homólogo español en la maravillosa ‘El milagro de P. Tinto’. Todo parece muy bonito cuando llega y parece que va a cubrir perfectamente tus necesidades, pero a la hora de la verdad, se acaba rompiendo y alguien acaba herido. Jugar profesionalmente al baloncesto, cuando en tu camiseta aparecen las palabras ‘Boston’ o ‘Celtics’, es la causa de siniestralidad laboral más extendida en los Estados Unidos.

No estamos tratando una percepción subjetiva del que escribe estas líneas, así que vamos a ceñirnos a la realidad. Según los datos de la NBA, el total de días de baja de los jugadores de los Celtics es de 134. Por poner esta cifra en contexto, estaríamos hablando del número de tiros libres que Joel Embiid lanzaría ante Boston en, digamos, cinco partidos. Los verdes suman 20 días más que la siguiente franquicia, y más que los 10 equipos con menor incidencia en este campo, juntos. En comparación, el coyote tenía una salud de hierro.

Antes de poner la venda (nunca mejor dicho), es justo empezar por el principio. A día de hoy, los Celtics no son un buen equipo de baloncesto. Ni lo son ahora, ni lo han sido durante la temporada. El equipo no tiene la pegada necesaria para codearse con los grandes favoritos de la liga, y la incapacidad de tener una rotación regular por culpa de las lesiones y/o enfermedades, no altera esta afirmación. Dicho esto, las bajas tampoco ayudan a una presunta narrativa que podría colocar a los chicos de Brad Stevens como una alternativa creíble. Entre unas cosas y otras, de Boston se espera poco o nada.

 

El renacido

 

Este cúmulo de circunstancias ha llegado a un punto tan demencial, que incluso se ha llegado a cuestionar la existencia de algún jugador. Después de mucho tiempo, podemos afirmar que Romeo Langford es una persona real que juega al baloncesto en los Celtics. 

El sophomore apareció en la cancha para disfrutar de minutos por primera vez desde septiembre del año pasado. Dichosos los ojos que encuentran al desaparecido. Honestamente, como amante del espectáculo, me esperaba que después de tanto tiempo, su ingreso a cancha se hubiera realizado con música y fuegos artificiales al más puro estilo Royal Rumble en la WWE. Para más ideas de marketing deportivo, no duden en consultarme.

La odisea de Langford para volver ha tenido de todo; de lo físico a lo vírico. Llegó un momento en el que no habría sido descabellado ver su nombre en el parte de bajas previo a los partidos junto a razones tan pintorescas como lesión de duodeno, embarazo psicológico, hipnosis o abducción extraterrestre. 

Bromas aparte, la vuelta de Romeo Langford, además del momentáneo fin al calvario del muchacho, debe ser una gran noticia para los Celtics. Por condiciones, el jugador de segundo año tendría que ser una pieza importante dentro de la rotación de Stevens, aunque sea a medio plazo mientras recupera un cierto ritmo competitivo del que carece tras su alargada ausencia. Oh, Romeo; solo nos queda la fe.

 

Dramón

 

Uno de los culebrones del mercado de buyouts era conocer el “afortunado” en hacerse con los servicios de André Drummond. Aunque se vinculó el nombre de los Celtics a esta operación, finalmente el pívot acabó en Los Angeles Lakers. Intentaré reprimir la tremenda pena que me aflige este movimiento para daros mi opinión al respecto.

Una vez secas las lágrimas (de alegría) en mi teclado, no puedo más que agradecer a los californianos su decisión cuando ya me temía que Danny Ainge fuera a cometer una aberración (más). Seamos claros, en mis años siguiendo la NBA, creo firmemente que no he visto a ningún jugador más sobrevalorado en el campeonato. Es más, la distancia con el segundo es abrumadora.

Después de nueve temporadas en la liga, aún hay quien dice que Drummond defiende bien. Esto es un sacrilegio digno de una querella de Abogados Cristianos. Pregunta seria: ¿Quién, en su sano juicio, puede hacer tal afirmación viendo un par de partidos del ahora Center de los Lakers? 

Estamos hablando de un jugador que no disputa los últimos cuartos de partidos apretados. Quizás sea por algo. ¿De verdad tenemos que debatir sobre un tipo que ha sido cortado por los todopoderosos Cleveland Cavaliers en edad de plenitud? Creo que esto lo explica todo. Todos podemos reconocer que era fácil mejorar la plantilla de los Celtics, pero el límite estaba en gastar salario en una figura totalmente pasada de fecha en la NBA actual. Cuanto más lejos, mejor.