Dicen que la muerte es lo único seguro en la vida. No deja de ser cierto, pero también es curioso ver cómo algunas cosas se repiten hasta la saciedad aunque no ocurran en un 0,1% de las ocasiones. Por ejemplo, los impuestos son inevitables para gran parte de los mortales, o la mayoría de los políticos están seguros de que el verbo dimitir no se puede conjugar en primera persona. Para los Boston Celtics, una de las grandes certezas es su historia moderna era la relación inquebrantable entre las palabras Spurs y derrota.

Cada visita de la franquicia de Massachusetts a la ciudad de San Antonio traía consigo un viaje de vuelta con cabezas agachadas, no demasiadas sonrisas y algún optimista clamando: «El año que viene ganamos seguro». Desde la última victoria de los verdes allá por el 2011, esa figura ingenua ha errado en su pronóstico como Bill Simmons con James Young en el Draft de 2014 (me encanta recurrir a esto de vez en cuando).

Salir con una derrota del feudo de los Spurs se convirtió en una peculiar tradición texana. Como esperar sentado en una silla de jardín con el rifle en la mano en la frontera de México, pero sin racismo y con un toque menos de violencia. Todo llegó a un abrupto final —lo del baloncesto, digo— en esta temporada con una victoria inapelable de unos geniales Celtics.

Lo que debería haber sido un día de jolgorio con, por qué no, incluso un desfile por las calles de Boston ante tal proeza, acabó quedando difuminado. El puñetero destino quiso que, si los Celtics iban a evitar que una gran certeza ocurriera, iba a apresurarse para que se dieran de bruces con otra no menos cierta.

Como cada curso, uno de los jugadores más importantes de la plantilla tenía que sufrir una lesión importante. Gordon Hayward volvió a ser el «afortunado» tras un choque intentando evitar un bloqueo de LaMarcus Aldridge, y las noticias tras el descanso no podían ser menos alentadoras. El reporte de su rotura en la mano izquierda enseguida nos llevó al reciente caso de Stephen Curry.

Por suerte, la lesión de Hayward no ha sido tan grave como se preveía en un principio. Seis semanas de baja tras pasar por quirófano y una hipotética vuelta a las canchas allá por Navidad suena como un regalo perfecto para tan señaladas fechas.

El triunfo en San Antonio y la posterior victoria en casa ante los Mavs colocan a los Celtics con el mejor récord de la NBA (8-1). No obstante, lo que de verdad impresiona es la sintonía de un equipo que, aunque suene poco objetivo, es de los más entretenidos del campeonato. No sabemos cómo acabará la temporada, pero empezamos a tener la certeza de que el año va a ser más que divertido.

 

Ojeleye en la cola de los Celtics

Durante esta pequeña muestra de nueve partidos, empezamos a ver ciertas tendencias en el esquema de Brad Stevens. Una es la confianza desde el primer día en el rookie Grant Williams, otra es el recelo con todo pívot no llamado Daniel (Theis) o Robert (Williams), y también podríamos hablar de la situación de Semi Ojeleye.

El alero esperaba paciente en la rotación de los Celtics como en la cola del supermercado. Si había llegado mucho antes, por qué debería preocuparse por los nuevos. Como buen cristiano que es, Ojeleye ha ido cediendo el sitio sin rechistar, aunque su última concesión le ha dejado muy lejos de la caja.

Cuando un desconocido Javonte Green llegó a la fila sin apenas nada que mostrar, el bueno de Semi lo dejó adelantarse: «pasa, que solo llevas un par de cosas». Lo que no vio fue que su nuevo compañero venía con esposa, hijos y suegra. Otro que va a salir a pista antes que él.

Su inconsistencia, sobre todo en el costado ofensivo, ha convertido en testimonial la presencia de Ojeleye en los encuentros de los Celtics. Apenas es un parche en determinadas situaciones de partido y ante según qué rivales. Nunca ha terminado de despegar y ya quedan pocos argumentos para defender su presencia sobre el parqué. Al menos, con esos brazos podrá llevar las bolsas de los demás.

 

Gran aspiración; mayor tortazo

Siguiendo con el tema de las certezas en la NBA, una de las más evidentes es que, pase lo que pase, los Knicks estarán dando pena en cualquier pabellón de los Estados Unidos. Que los neoyorquinos tengan el peor récord de la liga —junto a Wizards, Pelicans y Warriors— no es una sorpresa, pero sí lo son sus supuestas aspiraciones.

La racha de malos resultados del equipo de La Gran Manzana ya amenaza con volar por los aires el «proyecto» de esta temporada y a su entrenador David Fizdale. Todo porque, según las informaciones que llegan desde el otro lado del charco, la dirección de la franquicia creía que los Knicks tenían que entrar seguro en los Playoffs. No voy a negar que al principio creía que esto era un sketch de Saturday Night Live.

Reírse del conjunto de Nueva York es muy fácil y divertido, pero pongámonos en la piel de uno de sus seguidores; aunque solo sea por unos segundos antes que aparezca la úlcera. El equipo no gana, no convence y se alimenta de hipotéticos fichajes estrella durante todo el año para finalmente ver cómo se van a otra franquicia. James Dolan está haciendo más estragos en el Madison Square Garden que las crías de Godzilla.

Antes de que acabe el año, es más que probable que los Knicks estén pensando ya en el próximo Draft con un nuevo entrenador al que, claramente, le debe gustar el rollo del cuero y las esposas para meterse en esa habitación roja del dolor. La esperanza no es buena compañera.