«Estos son mis principios. Si no les gustan, tengo otros». Quizás una de las citas más famosas atribuidas a Groucho Marx, y también el polo opuesto a los planteamientos de Brad Stevens. El técnico de los Celtics tiene su fórmula y a aquellos elegidos que mejor pueden ejecutarla en la cancha. Sea el día que sea, con el rival que sea, y aunque esos seleccionados no lleguen ni al 20% de acierto en tiros de campo.

En un mal inicio de año 2020, el conjunto de Boston se ha dejado una serie de partidos, digamos, frustrantes. Perder puede ser aceptable en según qué ocasiones, pero lo que se vio sobre el parqué fue para cabecear paredes. Las derrotas encadenadas ante Wizards, Spurs y 76ers fueron un duro golpe para un equipo que se había acostumbrado a ganar a equipos, teóricamente, inferiores. Washington lo es —más sin Bradley Beal—, San Antonio, ídem, y Philadelphia sin Joel Embiid debería haber supuesto una pequeña venganza.

Todo ocurrió con el mismo guión: poco acierto, defensa laxa, y el secundario de turno convirtiéndose en All-Star durante cuatro cuartos. Entre la falta de explicaciones a lo que estaba sucediendo y el desenlace de la particular trilogía, cualquiera diría que Disney había comprado los Celtics y J.J. Abrams era el nuevo entrenador.

Y es precisamente en el descalabro en Philadelphia cuando volvimos a vivir el mal que habita en Stevens. En un partido donde Gordon Hayward y Jaylen Brown no hacían nada a derechas, y Jayson Tatum, aunque al menos defendía, tampoco la metía ni en el Gran Cañón, el técnico dejó a los tres en chancha en la fase decisiva del duelo. El trío se marcó un 10/36 en tiros de campo y juntó 9 pérdidas de balón para redondear la noche. Derrota y a otra cosa.

Entendiendo que es difícil sentar a las altas esferas de la plantilla cuando el partido está en el alambre, la falta de lectura de Stevens fue atrevida. Hasta el guardia de seguridad del aparcamiento del Wells Fargo Center se estaba percatando de la mala influencia de Hayward y Brown en ese partido. Algo parecido ocurrió en Washington cuando Tremont Waters estaba despertando a los Celtics y decidió sentarlo. Cuestión de jerarquía.

Quizás el caso más sangrante y evidente es el de Hayward. Cualquiera diría que el ex de los Jazz tiene documentos gráficos comprometidos de su técnico. La obsesión por utilizar al alero, aunque tenga uno de esos días, viene de lejos. Ya durante la temporada pasada, cuando el rendimiento de Hayward tras la lesión rozaba el mínimo, Stevens insistía en su presencia en pista en los finales apretados. Recordemos que incluso se rumoreó con que esta repetida decisión no sentaba muy bien en el vestuario. La Universidad de Butler caló hondo.

Es totalmente comprensible que el entrenador tenga unas «vacas sagradas», pero en determinadas situaciones durante la temporada regular parece que está forzando de más sin necesidad alguna. Sea como fuere, Brad Stevens tiene crédito de sobra y seguro que razones tiene para este tipo de decisiones. A veces no compartimos, pero confiamos.

 

Primeras veces en los Boston Celtics

 

Cuando Kemba Walker entró en la agencia libre el pasado verano y acabó firmando con los Celtics, no sabía del todo en el nuevo territorio en el que se adentraba. Podía jugar bien, podía tener éxitos en materia colectiva y podía, por qué no, ser una pieza importante en una futurible lucha por el título. Desafortunadamente, nada te puede preparar para Boston.

Antes de la presente campaña, Walker llegó con una racha muy poco habitual en los Boston Celtics. El base llegó al mes de noviembre con 158 partidos consecutivos disputados en la NBA. Es decir, cero lesiones… hasta ahora. Nada como chocarse de frente contra el torso de cemento armado de Semi Ojeleye para acabar con el cuello como un acordeón. Ah, y por qué no una gripe para empezar el año en cama.

Con esto, ya podría considerarse como «novedosa» su corta estancia en los Celtics, pero Kemba iba a experimentar algo por primera vez. El base recibió un bloqueo ilegal flagrante de LaMarcus Aldridge que el árbitro no apreció en un curioso homenaje a Stevie Wonder, por lo que arremetió a voces contra Mr. Magoo y acabó expulsado por doble técnica. Walker nunca había sido enviado a vestuarios durante un partido en su trayectoria profesional. Tal fue el shock, que a un aficionado de los Celtics se le cayó una cerveza al parqué.

¿Qué nuevas experiencias vivirá Kemba Walker en los Boston Celtics? Seguiremos informando.

 

Jazz silencioso

 

Entre las sorpresas llegando al ecuador de la temporada, Utah se ha colado en la segunda posición del Oeste con una racha de 10 victorias consecutivas y sin que nadie hable mucho de ellos. En otras palabras, como siempre.

El conjunto dirigido por Quin Snyder sigue haciendo gala de una gran fiabilidad en una Conferencia en continua guerra. ¿El secreto? Una defensa top-5 en Defensive Rating y Porcentaje de rebotes defensivos, y un jugador que se ha establecido en la élite. Donovan Mitchell promedia una línea estadística de 24 puntos, 4 rebotes y 4 asistencias por partido. Un escolta que mira al All-Star.

A eso se le ha sumado la siempre apreciable —aunque a veces engañosa— presencia de Rudy Gobert (14 puntos y 14 rebotes) y otro arma ofensiva para acompañar a Mitchell. Pasan los años, y Bojan Bogdanovic sigue siendo uno de los anotadores más infravalorados de la competición. Incluso Mike Conley, que había empezado de manera muy preocupante, y la llegada de Jordan Clarkson durante este curso han aparecido como figuras con mucha relevancia en el esquema de los Jazz.

Aunque todo esté yendo a las mil maravillas, las asignaturas pendientes de Utah seguirán siendo las mismas. Este rendimiento nunca acaba traduciéndose en los Playoffs, quizás no del todo por su culpa debido a la gran competencia que despierta en postemporada, y al final la sensación que queda es de vacío. Por la estructura del equipo y su poderío como local, los Jazz pueden ser un escollo importante para los gallitos del Oeste.