Con las obvias complicaciones que surgen del panorama actual, celebrar con normalidad una temporada completa de un deporte profesional es, como poco, difícil. Además, cuando hablamos de una liga como la NBA con partidos a diario y tantos desplazamientos, la cosa se endurece aún más. Por ello, para intentar que todo llegue a buen puerto con el mínimo posible de alteraciones, se deben tomar una serie de medidas. La obligación de llevar mascarilla cuando no se está en cancha es un buen primer paso, pero los Celtics, en un ejercicio generoso y responsable, buscan ser un poco más estrictos. Defender con distancia de seguridad; ahí está la clave.

El conjunto dirigido por Brad Stevens, alabado normalmente por una férrea labor en este sentido, no ha empezado esforzándose de manera desmedida. Boston era un equipo compacto y con las ideas bien claras a la hora de proteger su canasta. Ahora, se encuentran más agujeros que en los guiones de las secuelas de Terminator (exceptuando la segunda parte, OBVIAMENTE). Un bote y un ligero cambio de ritmo pueden resultar en una cómoda anotación debajo del aro.

En demasiadas ocasiones, la defensa de los Celtics se ha convertido en el típico buffet libre de hotel. Llegas tranquilo, observas, eliges lo que más te gusta y repites todas las veces que haga falta hasta que se acabe el turno. Antes, enfrentarse a la franquicia de Boston suponía visitar un restaurante de autor; irremediablemente ibas a salir con hambre.

Lo más doloroso de todo esto, además de las exasperantes fases de dejadez que se traducen en parciales en contra muy abultados, es ser consciente de que el equipo sabe defender. El partido ante los Lakers, aunque acabara en derrota, da fe de ello. No debería ser necesario tener enfrente al eterno rival para esforzarse en una faceta que supone la clave de un hipotético éxito de los Celtics. Ese es el camino; por mucho que a Anthony Davis le diera completamente igual y anotara de todas las formas y maneras.

El momento de la temporada regular en el que nos encontramos, de momento, sirve de excusa. Vale, estamos en una fase temprana. Vale, el equipo no está todavía en la forma física óptima. Vale, Stevens está probando diferentes fórmulas. Se pueden comprar todos estos argumentos, pero con más de un mes de competición ya a las espaldas, va siendo hora de que todos los rivales paguen por cada plato.

 

El trauma alemán

 

Después de varios años escribiendo esta sección, la originalidad comienza a ser un concepto lejano. Los chistes, igual que los problemas, suelen ser los mismos aunque los protagonistas cambien. Sin embargo, en muchas ocasiones es imposible volver a incidir en determinadas materias. Indudablemente, una de mis favoritas es la que rodea a Daniel Theis.

Creo firmemente en que la particular persecución que sufre el jugador alemán es algo insólito en la historia de los Celtics y, casi con total seguridad, en la NBA. Estamos hablando de un tipo que tiene que dormir con la luz encendida porque tiene miedo a que alguien con silbato le pite una falta en mitad de la madrugada. Un hombre que se baja del coche corriendo si en un cruce hay un agente de circulación señalizando el paso. Un señor teutón que se echó las manos a la cabeza y protestó cuando alguien le silbó por la calle. Sí, Daniel Theis se pone tenso con el final de ‘La vida de Brian’.

Si alguien no ha podido ver el último partido de Boston ante los Golden State Warriors, puede pensar que exageramos. Bueno, juzguen por ustedes mismos:

Con este nivel, solo es cuestión de tiempo para que Netflix produzca un documental que destrone a ‘Making a murderer’ dentro de su catálogo. Steven Avery ha tenido un trato monárquico comparado con lo que está sufriendo el pívot germano en los Celtics. Algún día descubriremos a qué se debe esto. Las opciones que más se manejan son: algún antepasado sospechoso en cierto régimen alemán, fobia a las personas rubias y tatuadas, o no haber pintado el gallinero. A ver cuánto tarda ‘El caso Theis’ en volver por aquí.

 

Masoquismo

 

Una de las historias que más tiempo lleva sobrevolando el mundo NBA es la situación de Bradley Beal. Su situación en Washington D.C. parecía insostenible debido a un equipo totalmente a la deriva que no ofrece ningún tipo de competitividad fiable a un jugador que se encuentra en el mejor momento de su carrera.

Lo lógico, visto cómo se mueve el panorama de la liga, habría sido pedir fervientemente un traspaso por medio de las diferentes formas que hemos presenciado en los últimos tiempos: declaración ante la prensa tras una derrota, mensajito en Twitter, o calentar con una faja de 25 kilos para, junto a una barba espesa, representar un particular remake de Papá Noel. Extrañamente, Beal parece no querer abandonar el barco.

Según los últimos rumores, el natural de St. Louis confía en que el proyecto de los Wizards dé un giro de 180 grados y no piensa pedir un traslado. Ahí hay fe para dos Vaticanos. La postura de Beal, de ser cierta, rompe por completo con la tendencia actual de la NBA que consiste en que la estrella X, después de perder dos partidos seguidos, pide enérgicamente el traspaso para juntarse con su amigo del alma, que llamaremos estrella Y.

No sabemos si esta rumoreada opinión del jugador de los Wizards es un brindis a un pasado donde la lealtad por unos colores era más habituales, o que, realmente, a Beal le gusta el cuero, las correas y las mordazas. Todo es igualmente respetable.