Podría haber sido una semana perfecta. Los Boston Celtics encaraban cuatro partidos relativamente sencillos, y empezaron con dos victorias ante Indiana Pacers y Memphis Grizzlies, en encuentros que dejaron buenas sensaciones y reanimaron las esperanzas en el equipo. Pero llegando el fin de semana, un desastroso inicio contra los Pistons, pese a ganarles el domingo, nos arruinó las fiestas y empañó el fin de año más que la mascarilla empaña mis gafas.


 

El partido que nos robó la Navidad

 

Se enfrentaban el viernes los Boston Celtics a unos Detroit Pistons que no conocían la victoria, y, cómo no, no podían dejar pasar la ocasión de mostrar algo de espíritu navideño. Con un inicio pésimo, perdiendo 27-12 el primer cuarto, de nada valió que se empatase el segundo y se ganasen los otros dos, ya que los de Brad Stevens, estando por delante en el marcador, fueron incapaces de anotar una canasta en los últimos 4 minutos de juego, demostrando que lo importante no es ganar, sino repartir alegría.

Ese partido nos robó la Navidad. Veníamos de una tremenda paliza a unos Grizzlies cojos, con los ánimos subidos y fuerzas renovadas, pero no fue culpa de ellos. Poco después pudimos saber que los Celtics, para celebrar el fin de año, hicieron una cena el jueves por la noche, en la que se intercambiaron regalos en una especie de «Amigo invisible». Se sabe, por los comentarios de los afectados, que Marcus Smart recibió una botella de whiskey de 12 años, que aparentemente desapareció, dejándole, en sustitución, una máquina de karaoke.

Está claro que algún ser, villano o demasiado fiestero, afanó esa preciada botella y adulteró los zumos y bebidas energéticas que estaban bebiendo los jugadores, no pudiendo estos rendir acorde a lo esperado por la tremenda resaca del día después. Esperemos que, por lo menos, cantasen mejor que la defensa de los Celtics.

 

Contragafe

 

Recién terminada la grabación del último episodio del Podcast, comenzaba el último partido de la semana, también contra los Pistons. Justo antes del salto inicial, aquí, el grupo que conforma El Despacho, habló largo y tendido sobre todo lo que le faltaba al señor Jayson Tatum para poder manejar el equipo, y llevar su nuevo rol de playmaker a un nuevo nivel.

Bueno, máximo de carrera en asistencias, con 12, ninguna pérdida, y mostrando una paciencia y control que, dos días antes, brilló por su ausencia. Manejó todo a la perfección, supo salir de los traps con soltura, aprovechando su altura y envergadura, fue preciso con los pases en la pintura, y supo llevar los tiempos correctamente al final del partido para encontrar a los compañeros que estaban más calientes.

El game winner es lo de menos, sabemos que puede meterlos, pero verle controlar el ataque de esa manera es un foco de luz muy interesante.

 

 

Estado de gracia

 

Existen momentos en la vida deportiva de un jugador de baloncesto que solo se pueden definir como «dulces«. Son fáciles de distinguir, porque el protagonista suda confianza.

Con mi familia suelo jugar a un juego cuando coincidimos y estamos viendo alguna tanda de penaltis de un partido de fútbol. Es sencillo, solo se trata de adivinar qué jugador va a fallar en base a su cara. Tiene más variantes de las que parece, ya que las «caras de tipo malo» suelen denotar más falta de confianza que otra cosa. Jaylen Brown, en estos 7 partidos que llevamos, tiene cara de meter todos y cada uno de los penaltis que vaya a lanzar.

Su expresión corporal, su mirada, todo en él brilla con la luz de alguien que sabe que le van a salir las cosas. Los resultados hablan por ellos mismos. Está en tal estado de forma, que todo lo que toca se convierte en canasta, puede meterla como y cuando quiera sin aparente esfuerzo.

Si un el traspaso por James Harden sigue rondando las oficinas de Danny Ainge, su rendimiento le va a poner las cosas mucho más difíciles, o más fáciles, quién sabe.