Semana convulsa para unos Boston Celtics que, al igual que el resto de la NBA, han tenido que hacer de tripas corazón para cumplir un cometido que quedó en segundo plano tras el fallecimiento de Kobe Bryant. En lo estrictamente deportivo, victorias ante los Lakers, los Grizzlies y los Magic, y derrota ante los Pelicans en una noche que pasará a la historia como uno de los mayores errores de la NBA.


No es país para rookies

 

Estos Boston Celtics han sido atacados por una maldición. Lo tengo claro. Tras la paliza a los Lakers (de los pocos partidos con casi todos sanos), volvieron las bajas con Jaylen Brown perdiéndose dos partidos, Jayson Tatum otros tantos y Enes Kanter más de lo mismo. Y de todas, las más significativas han sido las de Tatum y el turco.

Y es que los de Stevens pueden paliar ciertas ausencias, pero sin Tatum son un equipo muy normalito. En ataque se nota cuando no está, es cierto, hay que suplir 20 puntos y su capacidad de sacar canastas de la nada, pero es en defensa donde lo echo más de menos. Tatum ha mejorado una barbaridad este año en un apartado en el que ya se dejaba notar. Su defensa sin balón es extremadamente buena, y muy necesaria para el esquema de unos Celtics que cuanta más presión generan en su línea exterior, más corren y mejor juegan.

Por otro lado, la baja de Kanter deja al banquillo en un estado todavía más deplorable. Con un Poirier que no cuenta, y pese a la agradable aparición de un Javonte Green que se está ganando más minutos, los suplentes de los Celtics no consiguen alcanzar el nivel necesario. Y aquí es donde me pregunto: ¿por qué no se le dan oportunidades a los novatos?

Cuando tus refuerzos no funcionan, y el único que tiene las cosas claras no está disponible, lo normal es intentar algo nuevo para ver si cambia la dinámica, no mantener todo como está para ver si por arte de magia el problema  se arregla. Con Kanter, los suplentes saben a lo que jugar, y pese a que no tengan el día, son conscientes de que un rebote ofensivo del center puede arreglar su mal partido. Sin el turco, literalmente no hay puntos desde el banquillo. Brad Wanamaker, que empezó como un tiro la temporada, lleva unos meses jugando horrible. La nueva versión actualizada del software de Ojeleye, la cual incluye meter triples, ayuda pero no alcanza. Los minutos de Green son buenos, los de Grant Williams en defensa aportan, pero ninguno es un arma ofensiva.

Lo curioso es que tenemos mirando al techo a dos jugadores que se definen por su características en ataque, si bien no contrastadas, que por muchas lesiones que haya, o por muy mal que jueguen sus compañeros, no reciben ni una oportunidad. Carsen Edwards y Romeo Langford, grandes anotadores en su etapa universitaria, están viendo pasar la temporada de los Boston Celtics o bien vestidos de largo, o desde una tele en Maine. Me resulta incomprensible que Stevens no haya intentado encajarles en alguna alineación para ver si pueden aportar algo al equipo. Y la excusa de «estos novatos no defienden» me vale de poco, porque con quintetos netamente defensivos, mezclando titulares y suplentes, lo habitual es que los rivales nos endosen 60 puntos al descanso.

El caso de Langford puede que tenga más sentido. El escolta ha pasado por muchas lesiones que le han roto el ritmo, pero las pocas veces que ha jugado minutos importantes lo ha hecho muy bien, ¿su premio?, un par de cangrejos a la plancha en Maine. Por su parte, lo de Edwards me desconcierta. Es verdad que las expectativas eran altas, y que no aprovechó sus oportunidades al inicio de la temporada, pero desde las primeras semanas ha estado prácticamente apartado del equipo, pasando todo diciembre en Maine y sin contar en este enero con tantos partidos y tantas bajas. Tengo que pensar que su problema ha sido actitudinal, porque sino no me explico cómo Stevens puede aguantar ver una piedra tras otra sin pensar en darle unos pocos minutos al bueno de Carsen.

En definitiva, parece que los Celtics no son país para rookies.

 

 

El partido que no debió jugarse

 

El domingo, día trágico para la NBA tras el fallecimiento de Kobe Bryant, parecía indicar que iba a ser una jornada sin partidos en una buena decisión por parte del comisionado. Lo cierto es que la NBA no quiso actuar con prisas, las informaciones no eran oficiales, y corrían por las redes bastantes fake news, pero los encuentros estaban a punto de comenzar y no teníamos comunicado oficial sobre el tema, ni por supuesto, cancelación de la jornada.

Sin tiempo para asimilar la chocante noticia, el balón empezó a botar en lo que quedará para la historia como una de las actuaciones más bochornosas y peores decisiones tomadas por Adam Silver y compañía. Si bien los primeros encuentros estaban muy pegados a la hora en la que ocurrió todo, y cancelarlos hubiese sido complicado, seguramente la mayoría de los afectados hubiese comprendido las razones. Devuelves el dinero a los aficionados, asumes pérdidas, realizas lo que tengas que realizar como compensación, y quedas como lo que presumes que eres. Esto obviamente no pasó, y se dieron imágenes que seguro que todos los que estáis leyendo esto habéis visto. Jugadores conmocionados, llorando, que claramente no debieron saltar a la cancha. Las muestra de respeto fueron un gesto bonito, pero se tenían que haber dado días después, en lo que claramente fue un día de baloncesto innecesario.

El partido que enfrentó a los Celtics contra los Pelicans no fue una excepción, y si bien no se dieron imágenes tan impactantes, la actuación de ciertos jugadores mostraba a las claras que no se debió jugar, no era el momento. Las reacciones postpartido confirmaron lo evidente, y me gustaría quedarme con la del miembro más afectado de la plantilla.

 

 

Personalmente, y quiero aclarar que esta es mi opinión, y no representa, ni es, una declaración del Despacho ni nada por el estilo, no voy a recordar a Kobe Bryant con aprecio. No soy uno de esos tantos «hijos de Kobe» que se aficionó a esto por su culpa. Puede que eso me permita ver las cosas más claras, puede que no. Reconozco y reconoceré sus méritos deportivos, pero por lo explicado, por la rivalidad con los Celtics y por la confesión que realizó en su día, no lo puedo poner en un pedestal como han hecho otros tantos de mi generación. Entiendo la pena, la respeto, y admito que no puedo ser completamente objetivo en parte por mis colores, pero haciendo un esfuerzo y apartándolos a un lado, intentado empatizar con una gran parte de mi entorno, me encuentro con ese muro infranqueable que no puedo dejar atrás. Así son las cosas, y entiendo pero no comparto que el mundo quiera obviarlo o negarlo, «la impunidad de nuestros héroes«, pero yo, simplemente, no puedo. Descansa en paz, Kobe. Mi más sincero pésame a todos los afectados por el accidente.