La historia es más vieja que el Sol. Un joven grupo salido no se sabe muy bien de donde lo peta hasta límites exagerados, saca un primer disco que es un jodido torrente de energía y que no da ni un segundo de tregua. Tras él llega la fama, el dinero, el reconocimiento y lo peor de todo: las expectativas.

 

De un momento para otro, todo aquello que has conseguido no vale de nada salvo que consolides lo demostrado con un segundo disco. Un golpe en la mesa que deje claro que tu éxito no ha sido flor de un día y que sabes muy bien lo que haces; que has venido para quedarte. El problema es que muchas bandas  no llegan a sobrevivir a este segundo y comienzan a perder identidad, cuando no a desaparecer completamente del mapa. Ejemplos ha habido de todos los colores y en todos los estilos existentes, ¿cuántas veces ha grabado Frank Ferdinand el mismo álbum? ¿Qué fue de Solera? ¿Cómo puede ser tan imbécil Sid Vicious? ¿Dices que Jeff Buckley se ha ido a pescar?

 

Algo parecido puede que les esté pasando a los Boston Celtics durante esta temporada 2018/19. Tras ser una de las grandes revelaciones la pasada temporada, cuando un grupo de jóvenes chavales y un batería dominicano se sobrepusieron a la ausencia de sus dos grandes estrellas y arrasaron allá por donde les llevó la gira – aunque aquí también hay un Rey con el que acaban perdiendo la comparación. Su estilo estaba claro: jugar duro, muy duro, y golpear primero, en la cara, antes de que el público supiera muy bien que pasaba. Marcus Smart, Jaylen Brown, Daniel Theis y Marcus Morris hacían el trabajo duro para que los estilistas como Jayson Tatum pudieran exhibirse, el equipo funcionaba como un reloj, era un soplo de aire fresco y los fallos, cuando los había, se excusaban como fallos de juventud.

Se puede argumentar que durante unos meses los Boston Celtics fueron el equipo más popular del planeta. En un mundo dominado por un solista del que ya todos estamos un poco cansados y por un súper grupo con tanta calidad como personalidades poco atractivas, los de Brad Stevens tenían una personalidad de underdogs con la que era fácil conectar. Si The Beatles dejaron claro más de una vez que Badfinger eran sus sucesores naturales, tanto Kevin Durant como Shaun Livingston marcaron a los Orgullosos Verdes como el equipo a batir.

El problema para los aficionados de los Boston Celtics es que ya nadie se acuerda de quién coño eran Badfinger pero todos han escuchado su canción más famosa… en la voz de Mariah Carey; de la misma manera que Brad Stevens puede haber compuesto la fórmula perfecta para batir a los Golden State Warriors para que sea interpretada por los Toronto Raptors.

No sabemos muy bien qué está pasando en Boston durante este inicio de temporada, quizás es simplemente otro arranque lento, diesel, de un equipo de Brad Stevens. Durante años hemos estado tirándonos de los pelos durante los primeros meses del curso hasta que todo parece hacer click en torno a finales de año. Pero por otro lado es fácil de ver en los Boston Celtics todos y cada uno de los síntomas que han mostrado aquellas bandas incapaces de sobrevivir a un éxito prematuro: «La “maldición del segundo disco” suele cargar varios síntomas que la identifican. A saber: 1. La canción sentida sobre “como-me-pesa-la fama”. 2. Roces entre los miembros que comienzan a alterar el delicado balance interno de un grupo. 3. Y la peor de todas, musicalmente hablando: repetición cuadrada de fórmula.» Fabito

 

Cómo me pesa la fama

Acostumbrados a no ser nunca tomados en cuenta, los Boston Celtics llevan cuatro años superando expectativas y realizando temporadas muy superiores a lo que analistas y especialistas pronosticaban. Comentábamos durante este verano en nuestro podcast que, por primera vez en la era Brad Stevens, los de Beantown arrancaban una temporada como aspirantes a, como mínimo ganar la Conferencia Este. Cómo respondería el equipo a un cambio de paradigma en el que 80 de 82 partidos iban a saltar a pista con la etiqueta de favoritos era la mayor nube que este equipo tenía sobre su cabeza. Y parece que era negra, de las de granizo.

Si repasamos los mejores partidos de los Boston Celtics esta temporada veremos que han sido aquellos en los que el rival estaba, a priori, en su mismo escalón: los dos frente a Raptors, y los enfrentamientos contra Milwaukee y Philadelphia. Por contra, los momentos de mayor bochorno han sido contra rivales que están pensando en cómo encajar a Zion Williamson en su plantilla (Phoenix Suns, New York Knicks y Orlando Magic). Dos meses de competición y los Boston Celtics siguen siendo un equipo que solo da su mejor versión cuando nadie cuenta con ellos.

 

Roces entre los miembros, los malditos egos

Publicaba ayer un artículo Jay King en The Athletic en el que se hacía referencia a que algunos jugadores no estaban teniendo precisamente la más humilde de las actitudes. Eso sin contar las cuestionables declaraciones de Kyrie Irving y Al Horford de la semana pasada y el hecho de que solo Marcus Smart parezca entender qué está pasando; el base texano es el único que siempre habla en primera persona del plural a la hora de buscar culpables y soluciones. Brad Stevens siempre ha declarado que lo más difícil para un entrenador es manejar las emociones a lo largo de una temporada de ocho meses y quizás esto solo sea un momento de bajón en el que todo el mundo sucumbe a las dudas tras varias semanas de mal juego….

Pero también puede ser que Jaylen Brown esté celoso del talento de Jayson Tatum, que la cabeza de este último esté llena de humo tras pasar todo el verano con Satanás, que parte del vestuario esté quemado con la cantidad de oportunidades que Brad Stevens está dando a su ojito derecho o que Marcus Smart no soporte ver cómo Terry Rozier juega por delante de él en esos minutos en los que el ex de Oklahoma se erige por encima del bien y del mal. Sí, todo esto es una sobrerracción y nada de lo anteriormente es cierto, pero si quieren opiniones calmadas no pierdan contra una banda como los Knicks.

Puede que estén pasando todas esta cosas o, quizás, simplemente es que se han vuelto más blandos.