Imagino que desde fuera, la reacción de los seguidores de los Boston Celtics a la salida de Kyrie Irving pudiera parecer impostada: «ya están los de verde intentando hacernos creer que es bueno perder a uno de los mejores bases de la historia«, pero la verdad es que nunca ha habido una reacción tan genuina por parte de una comunidad desde que todos empezaron a dudar de Boromir en las Montañas Nubladas.

 

Sí, perder a Kyrie Irving no es lo ideal si lo único que buscas en el mundo del deporte es ver a tu equipo levantar un título, pero seguir a un equipo solo para verle ganar es como salir de fiesta para ligar: nueve de cada diez veces no lo vas a conseguir y el día que lo haces te queda la sensación de que siempre que mirabas hacia tus amigos se lo estaban pasando mejor que tú.

Por eso, deberíamos encarar nuestras temporadas como seguidores de la misma manera que lo hacemos con nuestras salidas nocturnas: con la intención de pasarlo bien y en algún momento mirar a tu alrededor y pensar «cómo quiero a este grupo de idiotas«.

Los equipos entrenados por Brad Stevens desde su llegada hasta la temporada 2017/18, por talento o problemas de lesiones, nunca fueron aspirantes a alzarse con el título, pero eso no nos impidió disfrutar de las que quizás han sido nuestras temporadas más divertidas como aficionados. Por el contrario, el curso pasado, cuando los Boston Celtics tenían su roster más talentoso desde el año 1986, fue un auténtico infierno.

Con esto no quiero decir que un equipo aspirante ha de ser odioso, todos tenemos en nuestro recuerdo el Big Three de Paul Pierce, Kevin Garnett y Ray Allen que de 2007 a 2010 no solo fueron los principales favoritos a hacerse con el anillo sino que eran una auténtica delicia para el aficionado de los Boston Celtics tanto a nivel de identificación con la idiosincracia como de diversión; pero si a principio de temporada nos hicieran elegir entre tener un equipo aspirante dirigido por Kyrie Irving y uno mediocre con Isaiah Thomas a los mandos… tardo menos en irme con los segundos de lo que tarda Jimmy Butler en quemar un vestuario.

Sé que esta es una idea que encajará de manera especialmente difícil entre los seguidores de los Boston Celtics. Todo lo que rodea a la franquicia, desde los banners colgados del techo hasta el hueco en blanco en el Red Auerbach Center, apuntan a que la única razón de ser del equipo es ganar, ganar, ganar y volver a ganar. Y está bien, es una mentalidad que ha llevado a los Orgullosos Verdes a ser la franquicia deportiva más exitosa de la historia, y se la exijo a cada persona que esté cobrando una nómina en mi equipo, pero conmigo que no cuenten.

Que no cuenten porque lo normal en esta vida no es ligar cada día que sales de fiesta. Lo normal no es conseguir cada trabajo para el que te entrevistas. Lo normal no es tener un hijo y que a este le acaben gustando los mismos grupos de mierda que te gustaban a ti a su edad. Lo normal es perder. Perder, perder, perder y volver a perder.

Y todo lo que podemos hacer ante es asumirlo y llevarlo con la máxima dignidad posible. Eso y echarnos unas risas por el camino.

Lo importante es molar

Guillermo Ortiz, uno de los mejores escritores españoles, tituló a su libro sobre el Estudiantes «Ganar es de Horteras» y pocos axiomas más ciertos he leído en los últimos años. Es muy difícil conseguir un objetivo, ganar, y no perder el oremus. Quizás por eso desde pequeños nos educan para la victoria cuando, como hemos dicho antes, lo normal es no conseguirla.

No solo ganar nos hace quedar como unos gilipollas, sino el mismo hecho de buscar el camino más corto hacia la misma – algo aceptado para cualquier otra actividad – genera repulsa, pensemos en LeBron James o Kevin Durant aquí. Y es que solo hay una manera de ganar y no perder la dignidad: hacerlo cuando todo está en tu contra.

Por eso los equipos de Brad Stevens de los que antes hablábamos molaban tanto. Porque ganaban cuando se suponía que debían perder.

El cortoplacismo de nuestra memoria nos ha hecho olvidar el asco generalizado que se sentía durante la primera década de este siglo hacia los San Antonio Spurs, ¿por qué? Porque era un robot diseñado para ganar. Tú solo puedes renunciar a todo principio moral y baloncestístico dando dinero y camiseta a Bruce Bowen para que juegue en tu equipo si lo único que te importa es ganar. ¿Cuándo cambió la percepción general sobre San Antonio y Gregg Popovich? Cuando derrotan a los Miami Heat de LeBron James y Pat Riley.

¿Por qué a día de hoy es más famoso Jason Williams que John Stockton cuando el segundo fue unos doscientos millones de veces mejor jugador que el segundo? Porque Chocolate Blanco te pegaba al televisor y Stock – hasta el apodo es aburrido por efectista – te aficionaba a la pesca con mosca.

Así que sí, señores, estoy mucho más a gusto con un equipo liderado por el jugador más infravalorado de la NBA durante los últimos años que por uno al que le dan un micrófono hasta para decir que la tierra es plana. Me gusta más un equipo con cuatro rookies que parecen salidos del casting de Salvados por la Campana que uno con cuatro veteranos en año de contrato. Y sí, me lo voy a pasar muy bien con una rotación interior formada por un un disidente político y un gigante de 2,31 metros de altura con nombre de comida mexicana.

Me lo voy a pasar mucho mejor que con un señor que es un perfecto profesional, guapo y trabajador. Porque esta gente tan correcta no es de fiar, y se acabarán yendo al rival solo porque vas a poder ganar más dinero y anillos.

Ganar… qué asco.