Durante 15 años, el coronel fue cada viernes a la oficina de correos del puerto con la esperanza de recibir una confirmación con una pensión de veterano de la guerra civil. Sin ninguna fuente de ingresos, la única esperanza de salir adelante y sobrevivir es un gallo de pelea, heredado de su difunto hijo, que el coronel ha estado criando en su casa durante varios meses con la intención de hacerlo pelear y ganar dinero en las apuestas.
Tras más de 100 páginas en las que el protagonista de esta novela de Gabriel García Márquez llega a descubrir que su esposa había tenido hasta que empeñar su alianza de bodas para alimentar al animal, decide vender el gallo y poner fin a tanto sinsentido. Sin embargo, el día que comienzan los entrenamientos del gallo para la pelea, ve cómo el público ovaciona a su animal. Así, en medio de una gran confusión y jaleo, se lleva al gallo a su casa, decidiendo que no lo vendería.
Finalmente, en el que es uno de los cierres más célebres en la historia de la literatura, el general discute con su esposa a causa de su idealismo y la miseria en la que les ha condenado a vivir. Temerosa ante la posibilidad de que el gallo pierda, le inquiere: «Dime, ¿qué comemos?» a lo que este, ya por fin liberado, se arma de valor y le responde «Mierda«.
Y eso es exactamente lo que hemos comido los aficionados de los Boston Celtics los últimos 16 años: mierda. Mierda en forma de lesiones, de compartir conferencia con el mejor jugador de este siglo y quién sabe si de la historia, de traspasos que jamás creímos posibles, de elecciones de draft que tendrían que explicarnos muy despacio y bien clarito para entenderlas, de dinastías que deciden volver a ganar justo el año que parecía que ahora sí que sí… de baloncesto, en definitiva.
Todo por la posibilidad de ver a ese gallo que son los putos Boston Celtics lograr de una vez el deseado anillo de campeón de la NBA. De poder decir en alguno de los millones de tweets, de los miles de artículos o de los cientos de podcast esas trece palabras que parecían esquivarnos: «Los Boston Celtics se han proclamado campeones de la NBA por decimoctava vez«.
Por suerte, aunque el idealismo y miseria eran puntos en común con el general, nosotros sí hemos tenido quién nos escribiese. Vosotros nos tenías a nosotros, y nosotros os teníamos a vosotros. Durante diez años hemos hablado – más bien discutido – de cualquier cosa relacionada con este equipo. Desde la apasionante lucha entre James Young y RJ Hunter por un puesto irrelevante a si era un error dejar escapar a Markelle Fultz, cualquier excusa ha sido buena para llenar las horas hasta el día de hoy.
Por que sí, amigos, hoy por fin lo podemos decir: los Boston Celtics se han proclamado campeones de la NBA.
Y lo han hecho con Jaylen Brown, aquel que había que traspasar cuando aún era solo un pick y al que jamás habría que haber dado un máximo, siendo MVP de las Finales; con Jayson Tatum, el que parecía una versión mala de Paul Pierce y que jamás iba a explotar jugando al lado del otro jay, liderando al equipo en puntos, rebotes y asistencias en los Playoffs; y con Al Horford, ese señor al que no puedes dar un máximo porque jamás va a promediar 30 puntos y 15 rebotes, siendo líder y center titular de un ataque y defensa históricos.
Pero, sobre todo, con un Brad Stevens que abandonó su cargo de entrenador, donde era el niño bonito de todos los aficionados, para convertirse en el General Manager más despiadado en la historia de una franquicia en la que Danny Ainge llegó incluso a traspasar a Isaiah Thomas en el que quizás haya sido el movimiento más difícil de digerir en nuestras vidas.
Porque en esta liga todo tiene un precio, y si el pistoletazo de salida de esta carrera se llevó las cabezas de Paul Pierce y Kevin Garnett, para llegar a la línea de meta hubo que soltar por el camino a Marcus Smart y Robert Williams III.
Y si después de todo esto te sigues preguntando, ¿a qué viene acodarse ahora de todo esto? ¿A quién le importa quién ha estado o dejado de estar aquí el día que por fin ganáis vuestro segundo anillo en 38 años? Sólo puedo emplazarte a leer de nuevo los cuatro primeros párrafos de este artículo y, si sigues sin comprenderlo, es que no te has enterado de nada los últimos diez años y nosotros estamos ya demasiado ocupados como para explicártelo otra vez.
Ocupados escribiéndonos unos a otros que sí, que los Boston Celtics son campeones de la NBA.