Antaño dominadores, los Boston Celtics veían como desde el año 1986 nada salía como debería.
Quizás fue la arrogancia de poner sobre una pista de baloncesto el mejor equipo de la historia, aquel que no solo sería capaz de batir a sus rivales terrenales, sino incluso al mismísimo Dios. Por tamaña osadía, este, colérico, decidió vengarse de los Orgullosos Verdes lanzando sobre ellos una maldición en el que las muertes, lesiones, y tragedias en forma de entrenadores/general managers eran moneda corriente. Así, durante más de 30 años, los Boston Celtics atravesaron un desierto en el que el lustro de 2007 a 2012 fue un pequeño oasis.
Los inicios de la reconstrucción
Todo eso cambiaría en el verano de 2013, cundo en la cabeza de Danny Ainge retumbó una reflexión que Red Auerbach le confesó en la intimidad: «me arrepiento de no haber traspasado a Larry Bird y Kevin McHale cuando aún podía haber sacado algo por ellos». No sabemos si esto sucedió así o el ex-escolta exageró la anécdota cuando la recordó en el verano de 2012, pero en pos de la literatura vamos a pensar que sí, y ya puestos vamos a imaginarnos a Danny Ainge en su asiento habitual del TD Garden, recordando las palabras del viejo Red mientras asiste al partido que acabaría eliminando a los Boston Celtics del Big Three en su último partido de Playoffs.
Así, tras un profundo análisis de semanas, decide comunicar a su equipo su decisión: va a tantear el mercado en busca de una salida digna para esas leyendas que pronto verán su número retirado e iniciar una reconstrucción con cualquiera que sea el tesoro que obtengan a cambio. Su pequeño equipo, de apenas cinco personas, asiente sin demasiada sorpresa ante una decisión que llevaban tiempo oliéndose. Mientras sus ayudantes se lanza sobre los teléfonos, él se dispone a comunicar su decisión a Doc Rivers, ese entrenador en el que siempre confió pese a todas las críticas de los medios de Massachussetts y evidentes carencias tácticas.
Rivers, en la cima de su carrera profesional, debió entender que una reconstrucción como esa le iba a apartar de la senda de la victoria durante varios años, por lo que no estaba dispuesto a bajar un peldaño cuando tenía una docena de equipos deseando hacerse con sus servicios. Mucho menos si uno de esos equipos era aquel que vio sus mejores años como jugador. Los Clippers no solo le ofrecían un banquillo desde el que dirigir a un grupo de jugadores que venía de firmar una temporada por encima de las 50 victorias, sino que le daban plenos poderes sobre las operaciones baloncestisticas. Es decir, el Doc Rivers entrenador, se convertía en Doc Rivers el Entrenador / General Manager, un curiosos experimento que rara vez ha funcionado en la NBA – todo nuestro cariño y respeto a Don Nelson – y que esta vez tampoco iba a ser excepción.
Danny Ainge nunca tuvo en su cabeza una reconstrucción larga, siempre pensó acumular activos para hacer un traspaso por una estrella tan rápido como esta saliese al mercado. Aún le duele no haber tenido suficiente que ofrecer a los Oklahoma City Thunder apenas diez meses atrás cuando decidieron no pagar a James Harden lo que este creía merecer. En ese plan, conservar a un entrenador con la reputación de Doc Rivers era fundamental para atraer a Agentes Libres y decantar a sus agentes en posibles trades. Los Boston Celtics pierden a su entrenador, pero al menos acaban con su primer pick de esta reconstrucción ya bajo el brazo (sacar una primera ronda por un entrenador es una auténtica genialidad de la que se habla muy poco y que solo se vio oscurecida por lo que luego haría con ella), a Danny Ainge ya solo le quedaba encontrar un buen botín a cambio de sus estrellas. Y en un sitio al que estas quisieran ir. Nunca pensó que Rivers se bajaría del barco, pero nunca tuvo dudas sobre quién sería su sustituto.
Si algo nos ha enseñado la historia es que si tienes a medio planeta cogido por las gónadas y un tercio de Europa sometida a tu yugo, lo último que debes intentar hacer es conquistar Rusia. Sin embargo, si los planes que tienes en mente son firmar la reconstrucción más idílica de cuantas se han visto, estás tardando en volar a lo que quede de la antigua Unión Soviética. Sabrás que la suerte te sonríe si en el aeropuerto te recoge un afroamericano que dice ser de Virginia y se apellida King. Es fácil que este simpático personaje te acabe pagando el taxi, dando de comer, robando la vajilla de su jefe para introducirla en tu mochila, ofreciendo tres picks de primera ronda y el derecho a intercambiar un cuarto a cambio de unos jugadores ya en franca decadencia y, por último, acabe lamiéndote las pelotas tan fuerte que acabarás replanteando tu sexualidad y la de todos tus antepasados.
Eso sí, no te librarás de que en público gran parte de la prensa critique tu operación, la mitad de los aficionados a tu equipo pidan tu cabeza y sí, los medios especializados dediquen portadas a los mismos jugadores que meses atrás estaban crucificando.
Nefasto verano e inicio de la reconstrucción para los aficionados de los Boston Celtics. Su entrenador les abandona, sus dos jugadores más queridos salen del equipo, y los dos más odiados ganan otro anillo. Solo en este estado mental puedes entender la cantidad de elogios y alegría que despertó la elección de Kelly Olynyk en el Draft… dos puestos por delante de un griego que jugaba en la segunda división de su país y respondía al nombre de Γιάννης Αντετοκούνμπο. Giannis para los amigos, Cubo para Siro López.
Por lo menos, entre la elección de este pivot con aspecto vikingo y caracter canadiense, y su nuevo entrenador, los aficionados de los Celtics tenían algo a lo que agarrarse a la hora de afrontar una temporada que prometía ser muy, muy larga. Ah, es cierto, el entrenador, me olvidaba.
En serio ¿otro entrenador salido de la NCAA?
Corría el año 2010 y Danny Ainge estaba viendo un partido de baloncesto universitario junto a su jefe y co-propietario de los Boston Celtics, Steve Pagliuca. El partido en cuestión es la final de la NCAA que enfrenta a los favoritísimos Blue Devils de Duke contra la cenicienta del torneo, los Bulldogs de Butler. Justo cuando ambos entrenadores se van a saludar, Pagliuca, refiriéndose a Mike Krzyzewski susurra a Ainge: «es el mejor entrenador universitario«. Ainge afirma, a su manera: «sí, Brad Stevens es el mejor entrenador de todo el baloncesto universitario«.
Suponemos que la cara de Pagliuca era una mezcla entre la estupefacción y el ‘ya está Danny otra vez con su socarronería’. Y es que en la historia del baloncesto hay muy pocas personas con un curriculum como el de coach–K, toda una leyenda de los banquillos colegiales y de los torneos olímpicos, mientras que Brad Stevens era un técnico sobre el que ya de aquella había una gran admiración y respeto, pero que también tenía fama de extremadamente defensivo y llegó a ser acusado por algún iluminado de «llegar para destruir«. Dios da pan al que no tiene dientes y micrófono al que carece de vergüenza.
Fuera una boutade para tratar de tomar el pelo a su jefe o una firme creencia, las palabras de Danny Ainge esa tarde de 2010 se convertirían en proféticas cuando tres años más tarde, en 2013, Brad Stevens fue su elegido para convertirse en el nuevo dueño del banquillo con más historia del baloncesto americano.
Elegir a Stevens sería el segundo demonio batido por Danny Ainge. Primero hizo aquello que nunca se atrevió a hacer Red Auerbach y ahora repetía la peor maniobra en los 50 años de la franquicia: fichar a un entrenador proveniente de la universidad y sin experiencia NBA. La última vez que algo así ocurrió, Rick P*tino fue el elegido y hay quien aún no se atreve a escribir su nombre completo por lo que pueda acabar pasando. Si creen que yo soy un idiota por tener miedo a una chavacana superstición y no querer escribir el nombre de dicho entrenador, aún más estúpido es traspasar a Chauncey Billups tan solo seis meses después de draftearlo.
Pese a un arranque prometedor de la primera temporada de esta reconstrucción, en el que la franquicia estuvo rondando el .500 de victorias hasta el mes de Diciembre, la falta de talento, lo descompensado del roster y las lesiones acabarían haciendo del curso una pesadilla. El único momento memorable de esa campaña fue la noche en la que Paul Pierce jugó en el TD Garden su primer partido con otra camiseta distinta a la de los Boston Celtics. El equipo acabaría entre los diez peores de la liga. Esto solo significaba dos cosas: que los Boston Celtics irían a la lotería del draft, y que la perderían. Incapaces de mejorar su posición en todas y cada una de las veces que se han presentado, una moneda al aire entre los Boston Celtics y los Utah Jazz acabaría dando a los de Massachussetts el sexto turno de elección en un NBA Draft 2014 que venía levantando una gran expectación desde hace años, sobre todo por los dos jugadores que acabarían siendo elegidos en las primeras posiciones: Andrew Wiggins y Jabari Parker.
Incapaces de escalar y llevarse las joyas de la corona, los Celtics intentaron incluso traspasar el pick por algún jugador que paliase la falta de triple del equipo y con el nombre de un rapero de moda (Ben McLemore). Dichas conversaciones tampoco salieron adelante y Danny Ainge acabaría eligiendo a un jugador que ocupaba la única posición bien cubierta en el equipo: Marcus Smart. Esto será una constante en la carrera de Danny Ainge que explicará tantos sus aciertos como sus fracasos: se queda siempre con el jugador que él entiende como el mejor disponible en ese momento, sin preocuparse de si tiene hueco o no en el equipo.
Este es el camino que condujo a Marcus Smart a los Orgullosos Verdes. Un base seguido por la franquicia desde hacía casi cinco años atrás, sin un tiro fiable, pero con una defensa y capacidad atlética envidiables. El principal problema es que novato se parecía demasiado a la estrella del equipo, Rajon Rondo, como para que su elección no levantase rumores sobre cómo podrían encajar ambos en pista; si es que lo hacían.
La verdad es que pese a que a Danny Ainge y su equipo les gustaba el jugador (hicieron con él hasta tres entrenamientos privados en los días previos al draft, cuando lo normal es una única prueba), los planes para el equipo ese verano eran mayores: intentar cambiar alguno de los picks de Nets y el suyo propio (este con el que acababan de seleccionar a Smart) a cambio de Kevin Love, estrella de los Minnesota Timberwolves junto a Ricky Rubio. Finalmente, el terremoto provocado por LeBron James en ese lavado-de-imagen/huída-de-un-proyecto-agotado, disfrazado de vuelta casa, acabó con Love en los Cavaliers y dejaba a los Celtics en la curiosa situación de tener a su mejor jugador y a su mayor promesa peleando por un puesto.
La decisión de James también cortaría las conversaciones entre Gordon Hayward y Kyrie Irving para que el alero, que era agente libre restringido en ese momento, se mudase a Ohio. Pero volveremos a eso más tarde.
Para acabar de rematar el verano, en esa misma noche del draft, los Boston Celtics solo pudieron elegir en la #17 posición con el primero de los picks obtenidos de los Brooklyn Nets. El equipo que había pagado a precio de oro el kilo de leyenda celtic había caído en las semifinales de la Conferencia Este y con ello había nacido el fenómeno ‘el pick de los Nets‘, famoso por el alumbramiento de cuentas de twitter que solo informaban sobre si había perdido el equipo de Brooklyn la noche anterior, y por tener a todos los aficionados de los Boston Celtics preocupados por el devenir de una franquicia que hasta ahora les era indiferente. Solo por esa diversión, el traspaso de Paul Pierce y Kevin Garnett ya había merecido la pena.
Al final, todos los fuegos artificiales que prometió Wyc Grousbeck, uno de los propietarios de la franquicia, nada más empezar este proceso de reconstrucción, acabaron siendo la firma de un jugador desahuciado, Evan Turner, y la sorpresa dada por Rajon Rondo cuando llegó con una mano rota al primer día de la pre-temporada. Dijo que «se cayó en la bañera» y solo le creyeron aquellos que tienen un triceratops como mascota.
Este año ni siquiera se pudo disfrutar de un buen arranque de temporada. Con exteriores sin tiro pero buena defensa, e interiores con muñeca pero blandos cual mantequilla, los Celtics eran un equipo divertido de ver, guerrero, pero una auténtica joya para sus rivales: cualquier ventaja con la que llegasen al último cuarto era recortada y superada en los primeros compases de los cierres de partido. La labor de Danny Ainge durante esta temporada tampoco estaba ayudando al devenir del equipo:
- 11 traspasos en 7 meses
- 4 traspasos en 1 semana
- 41 jugadores distintos vistieron de verde esa temporada
Marcus Smart en sus primeros seis meses de su carrera deportiva jugó con casi tantos jugadores (40) como Bill Russel en toda su carrera deportiva (47).
Pero, como comprobaremos más tarde, hasta el movimiento más mundano era solo una pequeña pieza en un puzzle mayor. Carentes de cualquier cosa parecida a un center de garantías desde la salida de Kendrick Perkins, el General Manager de los Boston Celtics utilizó una trade exception obtenida en el traspaso de Paul Pierce para conseguir tres cosas: 1. A Tyler Zeller 2. Una primera ronda de los Cleveland Cavaliers y 3. Joder a Pat Riley. Sin el espacio generado con la exception y la salida de Zeller, los Cavs no habrían podido sacar a LeBron James de Florida. Cuatro veranos después, Danny Ainge le devolvía al viejo Riley el robo de Ray Allen.
Entre tantas idas y venidas, hubo jugadores que rindieron como Tyshaun Prince o Courtney Lee, otros que se lo tomaron como una pausa en la televisión – aprovecharon para comer e ir al baño – como Brandon Wright, mientras algunos ni siquiera llegaron a ponerse la camiseta. Tal es el caso de Austin Rivers, hijo de su antiguo entrenador y que fue traspasado dos veces en menos de 48 horas.
Sin duda, el traspaso más impactante durante aquella primera mitad de la competición fue el de Rajon Rondo. No por sorprendente sino por las circunstancias del mismo. Desde su llegada a los Boston Celtics en 2006, el base de Kentucky siempre se vio rodeado de dos fenómenos: mala fama por su carácter y rumores de traspaso. Si hay quien justifica la puñalada de Ray Allen por haber estado en conversaciones de traspaso durante cuatro semanas, Rajon Rondo, que se vio inmerso en ellas cada verano desde que puso un pie en Boston, podría haber firmado con los Lakers mientras escupía la culata de un puro sin que nadie tuviese derecho a recriminarle nada. Su marcha a los Dallas Mavericks acabaría siendo beneficiosa solo para dos de las muchas partes involucradas: los Boston Celtics y ese alero que parecía salido de Avatar, Jae Crowder.
En la deadline hasta el siempre paciente y comedido Brad Stevens declaraba que le gustaría entrenar a un grupo de jugadores por más de dos semanas seguidas y que ya ni se molestaba apenas en aprenderse los nombres, solo los números. Pero el cierre del mercado se produjo sin ningún movimiento pese a los numerosísimos rumores que rodeaban Massachussetts. Todo parecía calmado cuando cinco minutos después de la hora límite se daba a conocer el último traspaso de la noche: Isaiah Thomas se iba desde Phoenix a Boston a cambio de Marcus Thornton y esa primera ronda obtenida unos meses atrás en la llegada de Tyler Zeller. El base de 1.75 centímetros de altura llegaba al equipo que había odiado toda su vida y que en esos momentos se tenía un récord de 20 victorias y 32 derrotas.
La época del enano
Nada define mejor lo que supuso «The little guy» para la ciudad de Boston durante esta reconstrucción que su primer partido con la camiseta de los Celtics: 22 puntos en 23 minutos y una expulsión por doble técnica. Talento y carácter, los dos ingredientes indispensables para cocinar una leyenda verde. Pero nadie mejor que el propio Isaiah para hablar de lo que supuso la ciudad de Boston para su carrera y cómo Danny Ainge le dijo desde el primer minuto que él era la clase de jugador que amaba la grada del TD Garden.
Pese a jugar un estilo de baloncesto que apoyaba su defensa en la lucha sin cuartel y el ataque en poner bloqueos hasta que se le ocurra algo a Isaiah, los Boston Celtics cerraron la temporada con un increíble récord que les llevó hasta los Playoffs. Dos años después los Miami Heat harían algo casi igual de impresionante y su entrenador sería nominado para llevarse el COY, pero Boston y los premios son dos conceptos que mezclan mal.
El verano transcurriría mientras se cerraban pequeños movimientos como las renovaciones de Jonas Jerebko (2×16) y Jae Crowder (5×35) y la firma de Amir Johnson, uno de los mejores compañeros de vestuario en toda la NBA que vendría a aportar experiencia y algo de defensa interior, siempre que sus tobillos se lo permitiesen. También se realizaría un movimiento al que nadie prestó atención en su momento: los Boston Celtics aceptaban comerse el contrato de Zoran Dragic a cambio de una segunda ronda de 2020 perteneciente a los Miami Heat. Sí, esa misma ronda que dos años después paralizaría el mundo NBA durante 5 larguísimos días
Danny Ainge tenía tiempo también para cabrear al 90 % de su masa social cuando en el NBA Draft 2015 gastó sus cuatro elecciones en draftear a un base, dos escoltas, y un ala-pivot, cuando era evidente que la primera necesidad del equipo era un center. Gracias a esto, Terry Rozier, RJ Hunter, Jordan Mickey y Marcus Thornton fueron elegido por los Boston Celtics aunque solo uno de ellos sigue en el equipo dos temporadas después, otros dos están peleando por un contrato NBA, y el cuarto sigue de Erasmus. Semanas después nos enteraríamos de lo cerca que estuvo todo el proyecto de volar por los aires esa misma noche, pero prometo hablaros exclusivamente de eso en otra ocasión.
Toda la atención del verano se centró en si Isaiah Thomas debería salir como titular o desde el banquillo, repitiendo los éxitos pasados que le habían hecho quedar segundo en la carrera como Sexto Hombre del Año. Sus detractores argumentaban que Thomas había encajado tan bien en el rol por atacar a los equipos cuando los jugadores rivales ya estaban cansados, el base respondía diciendo que si le ponían como titular soñaba con ser All-star esa misma temporada. Las lesiones de Avery Bradley y Marcus Smart le allanarían el camino hasta la titularidad y él llevó al equipo hasta una tercera plaza del Este que terminó siendo siendo quinta una vez resuelto el triple empate a 48 victorias. Cómo no, cumplió con su palabra y acabaría disputando su primer All-star.
La post-temporada sería de supervivencia para los Boston Celtics, acosados por las lesiones de Avery Bradley, Jae Crowder, Kelly Olynyk y Evan Turner. Derrotados por los Atlanta Hawks en seis partidos, el equipo de Massachusetts solo sacaría tres cosas en claro: Marcus Smart puede defender a quien quiera cuando quiera, nunca des a Isaiah Thomas por muerto, y que tu pabellón te aplauda más en la derrota de lo que el rival lo hace en las victorias puede ser de gran ayuda a la hora de reclutar Agentes Libres.
Danny AInge ya había contactado con los Atlanta Hawks durante el mes de Febrero cuando parecía que empezaban la primera de las quince demoliciones infructuosas que han amagado con emprender durante los últimos dos años. El objetivo era hacerse con el pivot dominicano que tan bien parecía encajar en el sistema de Brad Stevens. Pero, por primera vez en lo que será un doloroso purgatorio para Danny Ainge, el precio (NetsPick 2016 más fillers) era irreal por un jugador que iba a ser Agente Libre en menos de cinco meses.
Ese mismo verano se demostró lo absurdo del precio solicitado por Atlanta cuando el pick de los Nets permitiría elegir en tercera posición a los Celtics, y en ese NBA Draft 2016 de dos acabaron eligiendo a un jugador que comenzó el año de manera difícil pero lo cerró defendiendo a los mejores del mundo al más alto nivel, Jaylen Brown. El jugador de California Berkeley fue una elección de nuevo inesperada por gran parte de los aficionados y se recibió con abucheos. Abucheos que el joven de apenas 19 años usó como gasolina durante todo el verano para entrenar y demostrar que iba a llegar listo para aportar durante todo el tiempo que jugase, y así lo haría a partir de diciembre, sobre todo en el costado defensivo.
Mientras Twitter y los periodistas se debatían sobre por qué jugador se debía traspasar el pick, con Jimmy Butler y Jahlil Okafor (esto no es una errata, pasó de verdad) a la cabeza, Ainge, Stevens, y todo su equipo eligieron apostar por el talento joven, quien sabe si ya mirando a la siguiente década. Y si no lo pensaron entonces, seguro que lo empezaron a planear durante las siguientes semanas…
Aunque si por algo será recordado este verano es por aquella semana de Julio. El equipo que apenas dos años antes emprendía una reconstrucción y 12 meses atrás celebraba la contratación de Amir Johnson, había llamado tanto la atención de los jugadores de la NBA que los dos mayores Agentes Libres del mercado, Kevin Durant y Al Horford, concedieron sendas entrevistas a los Boston Celtics. No queda mucho que contar sobre esas reuniones, la visita de Tom Brady, el mal timing de las mismas, o qué coño hacía Kelly Olynyk acudiendo; al final quedarían segundos en la carrera por el alero que tomó la decisión más polémica de la década, y lograrían llevarse al pívot dominicano que tan cerca estuvo de firmar por el equipo de su padre (Houston Rockets) mientras que el periodista NBA más famosos del mundo decía que se quedaría cinco años más en casa.
Con su primer hombre alto de garantías desde que comenzase la reconstrucción, Brad Stevens arrancaba su tercera temporada en la NBA con un roster con bastantes caras nuevas – una vez más, y con un objetivo definido por primera vez desde su llegada a la NBA: pasar una ronda de Playoffs. Por el camino había perdido al jugador en el que quizás más confianza había depositado durante su tiempo en Boston, Evan Turner, y eso se notaría durante los primeros partidos donde pese a ganar, el juego del equipo en nada se parecía al del último año.
La nueva ola de lesiones, que esta vez se llevaría por delante a Al Horford, Avery Bradley, Marcus Smart, Kelly Olynyk, Jae Crowder e Isaiah Thomas en un periodo de seis semanas, tampoco ayudaría a la forja de un estilo. Por si fuera poco, el joven Jaylen Brown que había comenzado el año de manera prometedora llevaba todo el mes de diciembre tiñendo su juego de un color gris y empezaba a oler a «cangrejo» preocupantemente.
Todo cambió el día de Navidad. En esa fecha se disputaba el auténtico clásico de la NBA, Boston Celtics contra New York Knicks, y ambos equipos llegaban con un récord muy parejo aunque sensaciones bastante distintas: mientras que los de Stevens iban al tran-tran, dependiendo en demasía de su líder de 1.75 metros, los de New York parecían haber encontrado la secuencia correcta para que todas las piezas encajasen. Con la diadema roja de Papá Noel, Isaiah Thomas robaría la Navidad y la temporada a los knickerbockers a la vez que se ponía el cinturón antes de una de las mayores exhibiciones individuales que se han visto en la historia de la liga.
Lo realizado por Isaiah Thomas desde diciembre hasta marzo es algo que solo entenderemos aquellos que lo vimos cada noche durante esos tres meses, y sabe Dios que se lo contaremos a nuestros nietos. No pasa todos los días que ves a un jugador alcanzar su pico de forma delante de tus narices y se convierte en alguien literalmente indefendible. Mucho menos común es tener la suerte de que ese jugador lo haga en tu equipo. Casi un milagro es que ni siquiera llegue al metro ochenta. Durante tres meses vimos a Isaiah Thomas liderar la NBA en anotación, reescribir la historia sobre la producción durante el último cuarto, y echar un pulso a nada más y nada menos que Larry Bird. Isaiah Thomas firmó tres meses en los que fue tan bueno jugando al baloncesto como cualquier otro que lo haya hecho antes, y solo las lesiones de principio y final de temporada impidieron que sus números fuesen aún más ridículos. Le sobraría, eso sí, para cerrar el curso como el jugador más eficiente de la historia de la franquicia que más números tiene colgados del techo. Vendrán tiempos mejores, se colgarán más banners en el TD Garden, pero esos tres meses de Isaiah Thomas serán igual de eternos.
Pero lo épico vendría en primavera.
Lesionado desde que Karl Anthony-Towns se le cayera encima en el citado mes de marzo, con la cadera entre algodones, su hermana recién fallecida, y más de diez horas de cirugía dental a sus espaldas, Isaiah Thomas lideró a su equipo durante las dos primeras rondas de Playoffs que los Celtics superaban desde 2012. Su serie contra los Bulls y su partido de 53 puntos contra los Washington Wizards, con 20 de ellos logrados entre el último cuarto y la prórroga, el día en que su fallecida hermana Chyna cumplía años, están ya en los vídeos de ESPN Classics.
Sí, durante esta reconstrucción ha habido muchos jugadores a los que hemos visto crecer y queremos como a hijos (Avery Bradley), otros que trajeron de vuelta esa garra que tanto gusta en el TD Garden (Jae Crowder), o que ganaron partidos de post-temporada cuando nadie esperaba que lo hicieran (Marcus Smart y Kelly Olynyk). Pero esta fue la época del enano. Él es el responsable de que los Celtics vuelvan a ser importantes, y a causa de su lucha por traer el éxito de vuelta acabó saliendo del equipo en el verano que se cerró la reconstrucción. No es justo, pero eso ya lo dejamos claro.
El fin de la reconstrucción
En total, durante los últimos cuatro años, los Boston Celtics han firmado un total de 70 movimientos, entre los que destacacan 22 traspasasos, la colección de 16 picks, y la firma de dos grandes agentes libres (Al Horford y Gordon Hayward). Si quieres más números, Chris Forsberg los da todos en este artículo. Y, la verdad, es que el camino no ha podido ser más divertido – puedes recorrerlo de nuevo en forma de podcast.
La guinda del pastel, la que acabaría con el mejor jugador en las filas de los Boston Celtics, llegaría la semana pasada. Tras días, quizás semanas, de negociaciones en la sombra, Danny Ainge decidiía enviar a los Cleveland Cavaliers los dos jugadores más importantes que consiguió mediante traspaso durante estos 4 años, Isaiah Thomas y Jae Crowder, así como a Ante Zizic (una primera ronda del año pasado), el último de los picks de Nets y aquella maldita segunda ronda de los Miami Heat a cambio de Kyrie Irving.
El traspaso cierra una era no solo por los nombres enviados, sino porque cada jugador, cada pieza, representa una fase distinta de la reconstrucción. Empezando por el pick de Nets obtenido tras vender a Paul Pierce y Kevin Garnett, siguiendo por el Jae Crowder que llegó a cambio de Rajon Rondo, el enano que te puso de nuevo en el mapa gracias a una ronda que ganaste al hundir a tu archienemigo, y una ronda completamente aleatoria de uno de esos 70 movimientos realizados.
Diez años después de que Kevin Garnett y Ray Allen fueran presentados, cuatro años después de que Paul Pierce fuera traspasado, Gordon Hayward y Kyrie Irving llegan a los Boston Celtics para cerrar la reconstrucción por antonomasia en la NBA.